México insurgente | Crítica

Gerifaltes de hogaño

  • Ilustrado por Alberto Gamón, Capitán Swing y Nórdica Libros publican el 'México insurgente' de John Reed, obra de un excelente periodismo andariego, no exento de cariz político, con el que Reed cubrió la revolucíon de 1910

Imagen del periodista norteamericano John Reed. Portland, 1887-Moscú, 1920

Imagen del periodista norteamericano John Reed. Portland, 1887-Moscú, 1920

Cuando el lector se asome a estas páginas, sabiamente ilustradas por Alberto Gamón, descubrirá la obra de un periodista andariego, minucioso, buen prosista, cuyas simpatías caen del lado popular y cuyo interés mayúsculo es la figura, entre fascinante y bárbara, de Pancho Villa. A Villa le dedicará Reed una buena porción de su México insurgente, no sin antes anotar cierto carácter exótico, no exento de crudeza, que podríamos atribuir a un resabio orientalizante, entonces en boga, con el que acaso Reed viajara cuando cubrió la I Guerra Mundial y la postrera revolución bolchevique, de la que se convertiría en cronista canónico, y autor de su mitología primera: Diez días que estremecieron al mundo.

Se sustancia en Reed tanto la figura del caudillo, en su versión benevolente, como el propio proceso revolucionario

Sin salir de su país, bastaría recordar a Ambrose Bierce y su misteriosa desaparición en Chihuahua, cuando acompañaba a Pancho Villa, para destacar la importancia del periodismo bélico de aquella hora, así como el interés público por los procesos revolucionarios. Una importancia que antes había demostrado Stephen Crane, también norteamericano, al cubrir el conflicto greco-turco y la guerra de Cuba contra España, pero que podemos trasladar, entre muchísimos otros ejemplos, a Carmen de Burgos, a doña Emilia Pardo Bazán, a la corresponsalía de Sofía Casanova durante la revolución rusa, y aún antes, a Restif de la Breton y la devota prosecución del Sire por parte de Stendhal. Se sustancia aquí, en cualquier caso, la figura del caudillo, en su versión benevolente, así como el proceso revolucionario, cuya propia concepción como proceso, como vasto mecano, acaso ingobernable, es lo que otorga modernidad a un paisaje y unos hechos que Reed contempla como ajenos al flujo moderno.

Esta misma observación, esta misma fascinación por el mecano revolucionario sobrecogerá el ánimo, no sólo de Reed, sino del periodismo occidental, cuando los bolcheviques derriben el gobierno Kerenski. Por ello mismo, su relato de aquella hora crucial del XX suscitaría las simpatías de la dictadura comunista; hasta tal extremo, que sus restos reposan en el Kremlin. México insurgente es el magnífico paso previo a aquella mitificación, inadvertida y pronta.

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