De libros

Dólares a pesetas

La Trilogía del dólar, a saber, Por un puñado de dólares (1964), Hasta que llegó su hora (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966), forma ya parte de la inflexión moderna, iconoclasta y autoconsciente del western en la historia del cine, pero también, y sobre todo, ha cimentado toda una leyenda alrededor de sus artífices, con Sergio Leone, Clint Eastwood y Ennio Morricone al frente, sus rodajes en tierras españolas y su condición de producto popular que revolucionó un género en horas bajas para insuflarle una nueva impronta visual y sonora que daría páginas de gloria, acalorado debate crítico y dividendos de récord a las coproducciones europeas de la época.

El periodista Francisco Reyero se propone en este libro-reportaje reconstruir desde el presente, desde las huellas, los vestigios y los últimos testimonios sobre el terreno, el levantamiento de esa mitología entre los escenarios de Burgos, Madrid y Almería, desentrañando las circunstancias, procesos, protagonistas (y figurantes), roces, percances y azares que fraguaron aquellas tres películas e hicieron de Eastwood, hasta entonces un actor de segunda fila para la televisión, uno de los iconos más poderosos, verticales y viriles de la cultura estadounidense de los últimos 50 años.

El autor completa así su particular trilogía con paradas previas en Sinatra y Trump, con las que su retrato tangencial de Eastwood busca establecer un posible aunque a veces forzado diálogo sobre la construcción y las bases de una mitología estadounidense a través de la imagen. Forzado porque entre el recuento de anécdotas (más o menos enjundiosas), datos y detalles de aquellos rodajes y el epílogo in situ en Carmel, la ciudad donde vive y de la que fue alcalde la estrella, se pierde parte de la sustancia y la construcción de ese mito a lo largo de los años, el verdadero retrato de Estados Unidos y su deriva política y social que hace precisamente de Eastwood una figura anacrónica, contradictoria y al mismo tiempo referencial en su apego a valores conservadores y en su fidelidad a los modos de un clasicismo cinematográfico del que tal vez sea el último bastión.

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