Cultura

Despertando al monstruo en 3, 2, 1...

  • Mariana Torres se estrena en el mundo editorial con un conjunto de cuentos perturbadores, 'El cuerpo secreto'.

EL CUERPO SECRETO. Mariana Torres. Páginas de Espuma, Madrid, 2015. 136 páginas. 14 euros.

¿Se imaginan uno de esos libros de cuentos troquelados, que conforme se abren, van dejando salir -se escapan- de sus páginas mundos fantásticos en relieve? Libros no siempre infantiles (o que sólo lo son aparentemente), que añaden una dimensión más a la lectura, un estímulo más también. Entre sus páginas se levantan bosques, castillos o torres míticas; literalmente, estos libros los edifican entre página par y página impar. Pues bien, Mariana Torres, que nació en Brasil en 1981 pero lleva años afincada en Madrid, se ha estrenado en el mundo editorial con El cuerpo secreto, un conjunto de relatos que podría ser una de esas ediciones que digo. Pero no lo es en el sentido estricto, porque es un libro de cuentos de la colección de apuestas por el género breve de la editorial Páginas de Espuma, con su cubierta, su solapa, sus guardas y todo lo convencional -y maravilloso- que tiene un libro al uso. Y sin embargo, algo ocurre entre sus páginas. Algo nace entre una y otra cuando estamos sumergidos de pleno en su lectura: al menos eso me ha ocurrido a mí que he leído con ojos muy nuevos un conjunto como éste. Cuentos que he podido tocar, cuyos personajes se incorporan un poco desde el papel y se les puede recorrer con el dedo los contornos... Estos, los de Mariana Torres, a veces me han dado miedo, porque a menudo habitan en ellos niños malvados, o que están enfermos, y no son desde luego cuentos de hadas. La joven narradora habla de un cuerpo secreto, y ese cuerpo habita en el libro de la forma más ¿orgánica? que podríamos haber imaginado. Es como si el cuerpo estuviera ahí: en el libro pero también, claro, en nosotros. En nuestro cuerpo. O como si fuera nuestro cuerpo, el que secretamente habita y late debajo de lo nuestro superficial.

Porque ése es el gran talento de esta autora novel, ofrecernos imágenes, emociones, fotografías turbadoras que no precisan de un hilo narrativo claro, porque su fuerza reside en perturbarnos. Con uno de ellos delante de nosotros, puede pararse el tiempo unos segundos y sentir en carne propia lo que Torres quiere que sintamos: logra dominarnos después de zarandearnos. Su capacidad de observación (con una mirada penetrante y fantástica, con un punto de vista que viene del sueño), su forma de escritura (perturbadora también, porque nos quiere mostrar un lenguaje infantil, como en susurro, que se va empoderando y acaba sacudiéndonos); y el imaginario en el que se mueve, hacen de los cuentos una especie de imán, que logra meter el dedo en la llaga sin que, en principio, sepamos del todo qué o dónde nos duele. ¿Es lo que de malvado hay en la naturaleza, el miedo irracional que a veces nos domina, la falsa inocencia de los niños -que fuimos también nosotros-, la posibilidad de que otro mundo nos subyugue, en otro plano, de otras percepciones?

En cuanto al imaginario que acabo de mencionar, es demasiado personal, de una simbología tan propia que no apela a referencias, cosa que, por otra parte, termina de dar la pincelada fantástica que per se proponen los temas. Habla de niños, en la mayoría de los casos, que no son nada inocentes, o que tienen una sensibilidad especial para escucharse (el cuerpo secreto habla) y para escuchar el mundo a su alrededor. A veces son los testigos y otras los actores (y entonces alguien los observa, como en el cuento del niño al que le crece un árbol dentro). Pero viven aquí también animales desubicados y semifantásticos, semimitológicos; traumas o enfermedades que, para los niños fuertes, son una especie de superpoder para filtrar la realidad y volverla gustosa; peces, caballos, colores, árboles, corazones palpitantes -plásticamente vivos-, hombrecillos como venidos de Lilliput... Un auténtico bestiario actualizado que cumple una de las funciones más relevantes, para mí, de la literatura (y más aún dentro de los géneros breves): sacudirnos, golpearnos, incomodarnos. Así es como nos cuestionamos, así construimos en lugar de digerir con mucha azúcar. A mí como lectora la disposición no me ha parecido especialmente relevante porque, hasta cierto punto, estos relatos funcionan individualmente. Los más breves (que son lo que abundan) tienen a veces la traza de un poema en prosa, y realmente podrían algunos funcionar así, si no fuera porque quien los escribe sabe y quiere estar haciendo un relato, conoce los modos del discurso narrativo, sabe cómo se cierra un cuento, cómo tiene que manejarse en el espacio reducido y el tiempo condensado.

Por aquello de la brevedad, estos cuentos son más impetuosos que los más largos, donde el lenguaje no necesita tanta potencia. Pero me gusta mucho cuando se extiende en el suceso, cuando los tiempos verbales entran en juego y hay acción -una historia, pequeña-. Y estos, los más largos y más escasos, también se me antojan independientes y con una individualidad marcada. Sin embargo, dicho por la propia autora, la distribución de los treinta y cinco relatos es del todo conveniente: muy pensada, muy estudiada y además, recomendada por ella. Dice la autora, entre risas, que no se hace responsable de que se lea en otro orden que el propuesto por ella. Pero no tengan miedo, estos cuentos son sueños, pedacitos de fantasía que bien pueden valerle a usted individualmente, a gusto del consumidor. En cualquier caso, entre en los sueños de Mariana Torres sin pensárselo mucho, y deje que se revelen solos, y que revelen su cuerpo también. Como cuando nos duele algo, y sólo entonces sentimos que esa parte de nosotros existe, sólo porque nos duele se nos presenta. No existía, porque antes del dolor el cuerpo es secreto.

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