Vathek | Crítica

Claridad y misterio del Oriente

  • Reino de Cordelia publica una nueva versión, ilustrada por Raúl Arias, de la célebre novela gótica de Beckford, 'Vathek', donde se resume ya cierta idea de la 'crueldad oriental', de largo éxito en el XIX

Retrato de William Beckford por John Hoppner

Retrato de William Beckford por John Hoppner

En su excelente prólogo, la poeta Victoria León, doblada en traductora de Vathek, recuerda el inmediato influjo de Las mil y una noches de Galland en el imaginario occidental, una de cuyas muestras más impresionantes es este refinado Vathek del acaudalado y extravagante William Beckford. A este fruto maduro de la Ilustración cabría anteponerle las Cartas persas de Montesquieu, el Zadig de Voltaire, pero también la literatura viajera de Tavernier y Chardin, en la segunda mitad del XVII, así como los tempranos Comentarios del formidable García de Silva y Figueroa, embajador de Felipe III ante el Sha de Persia, quien descubrirá las ruinas de Persépolis, apenas iniciado el Seiscientos, como sabemos por su carta al marqués de Bedmar. Por otro lado, este cálido sopor de lo oriental tendría una vasta progenie en el XIX, que alcanza desde lo misterioso a lo funesto. En Beckford, sin embargo, adopta la forma de una refinada maldad, donde lo mágico y lo terrible, donde una exacerbada sensualidad, van en servicio de la admonición y de la culpa.

Se da un peso determinante del humor, trufado de crueldad, como espíritu movedizo de la aventura califal de Beckford

No olvida Victoria León señalar cierto linaje shakesperiano y cervantino en Vathek (recordemos la estructura misma de El Quijote), lo cual debería llevarnos, Mil y una noches mediante, no sólo a la novela bizantina, sino al propio Asno de oro de Apuleyo. Esto implica un peso determinante del humor, trufado de crueldad, como espíritu movedizo de la aventura califal de Beckford, suntuosa, terrible y principesca. En tal sentido, Vathek es una novela gótica excepcional, donde lo sobrenatural no es un engaño de los sentidos, como en su compatriota Radcliffe, sino el delicado hilo de una trama que cabe difinir, en rigor, como demoníaca. Qué buscaba el XVIII en esta forma de novelar y cuál es la naturaleza última del terror aquí enunciado, acaso exceda la ambición y el término de estas páginas. Sin embargo, es fácil entender que la opulenta sensualidad de Vathek y sus abominables crímenes tienen una función especular, como todo el Oriente dieciochesco, en la que se formula, por añadidura, un miedo contemporáneo, de naturaleza consolatoria: el miedo a una reprobación de los dioses.

Un poco más allá, nos encontraremos con otro miedo aún mayor, que el siglo vería recogido en Jean Paul y en Torres: el miedo a que esos dioses ya no existan.

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