Cultura

Buen talante, por favor

  • Impedimenta rescata la alocada versión en cómic que publicó Martin Rowson de 'Tristam Shandy' de Sterne, una de las novelas más singulares, complejas y burlonas de la literatura inglesa.

Vida y opiniones de Tristam Shandy, caballero. Martin Rowson. Trad. Juan Gabriel López Guix. Impedimenta. Madrid, 2014. 176 páginas. 23,95 euros

No es de extrañar que Laurence Sterne, uno de los más excepcionales escritores ingleses, haya sido calificado alguna vez como un Joyce del XVIII. Si ensayamos la vehemencia al estilo de Walter Shandy, el padre de la criatura, Vida y opiniones del caballero Tristam Shandy es hoy, lo sigue siendo dos siglos y medio después de su aparición, no sólo un libro excéntrico, divertidísimo, burlón, libidinoso, hondo e inclasificable, sino también, de hecho, la mejor novela de la historia dentro de la categoría Argumento Imposible De Contar (No Digamos Ya Resumir).

Por si la mención a Joyce -con su sombra críptica- resultase disuasoria para algunos, conviene precisar que el vanguardismo de Sterne es siempre, pero siempre de verdad, amigable y cordial, jamás esquivo, y si escribimos vanguardismo así, como en sordina, es porque en aquel momento tal noción no existía. En efecto, a aquel portentoso clérigo anglicano le dio por quebrantar todas las reglas novelísticas justo cuando el género empezaba a consolidar las formas con las que más o menos las seguimos conociendo hoy, motivo por el cual se comprende que en la fantástica adaptación cinematográfica que realizó Michael Winterbottom alguien afirmara, con una pasión que sólo novelas como ésta pueden suscitar, que Tristam Shandy es un clásico posmoderno escrito antes siquiera de que existiera la modernidad.

"Me atacarán y me lapidarán desde los sótanos o desde las buhardillas", le dijo Sterne a un amigo, "y además sé que tendré contra mí a un grupo de muchos cientos que no se ríen o no quieren reírse", añadía en esa carta que recoge Fernando Toda en su introducción para la edición de Alianza de 1992. Publicada entre 1759 y 1768 -el mismo año en el que escribió su Viaje sentimental por Francia e Italia, otra cima, el mismo año también en que murió Sterne, poco más de un mes después de terminar su octavo y último volumen-, Tristam Shandy es un "tratado de Filosofía Natural", un "tratado sobre el Entendimiento", una "novela" así como una "antinovela", un "flujo de conciencia" y a ratos -muy gozosos- hasta "un completo absurdo".

Esas son las aproximadas definiciones que ofrece el dibujante Martin Rowson en su versión, anárquica por no decir loquísima -y justo por eso intachablemente fiel al espíritu cómico y libérrimo de la obra original-, y que lleva el título de Vida y opiniones de Tristam Shandy, caballero, ligera modificación, con la coma y el caballero al final, que casi parece, y quizás sea, una chulería punk del autor, colaborador habitual de The Guardian, The Times o The Independent. Verboso y lleno de referencias a la historia del arte (de Leonardo a Constable, de Durero a Grosz, pasando por Hogarth o los grabados de cárceles imaginarias de Piranesi), el cómic, editado en inglés en 1996 y ahora aquí -primorosamente-, transmite las enseñanzas de Sterne del mejor modo posible: asumiéndolas hasta el fondo, con ardor. Por ello, Rowson se toma las licencias de introducirse en la narración a sí mismo y a su perro Pete -a ratos el único embajador de la cordura en tamaño frenesí narrativo-visual- y de samplear elementos de la cultura contemporánea: Oliver Stone, T.S. Eliot, Martin Amis o las cuadrillas ridículamente feroces de críticos franceses encabezados por Derrida o de abnegados apóstoles de los estudios de género; guiño este último con el que Rowson recrea el diálogo no en tiempo real pero casi -hay pasajes, incluso capítulos enteros verdaderamente antológicos- que Sterne (recordemos que publicó la obra por entregas durante años) entabló con los lectores menos comprensivos o más perplejos de su tiempo.

Tristam Shandy es una de esas obras a las que puede recurrirse para rebajar el narcicismo transgresor de quienes creen que la literatura nació cuando ellos: juegos tipográficos; tiempo no lineal, fragmentado en miles de secuencias que corresponden a otros tantos retazos de vida: átomos de significado y sentimiento; historias dentro de historias dentro de historias; elementos visuales integrados en la narración (esas dos páginas tan conmovedoras, completamente en negro, que siguen a la muerte del pobre párroco Yorick, cuyo irrefrenable sentido del humor le costó en vida tantos disgustos, tantas afrentas); un estilo que es la apoteosis de la digresión como arte; sedimentos metaliterarios (los pasajes inspirados en Rabelais, la permanente pleitesía a Locke por boca de Walter, paradigma del hombre atribulado y autocompasivo: todo lo planea y todo, naturalmente, lo tuerce la vida, o la arrebatadora pareja de aliento cervantino-quijotesco en la campiña que componen éste y el tío Toby...), por no hablar del narrador que en el título promete contar su vida... y no nace hasta cientos de páginas después.

Si la novela de Sterne es un meteorito, un estallido de creatividad que deslumbra, Rowson elabora su cómic asumiendo no sólo sus materiales, sino también el procedimiento y sobre todo el espíritu. Y de todo ello resulta una obra que es singular y estupenda en sí misma al margen de su condición de comentario a la vez irreverente y respetuoso del clásico que motivó su existencia. Al comienzo del cómic Tristam dice: "Bien, los he informado de cuándo nací exactamente, pero no de CÓMO. Deben tener un poco de paciencia: a medida que avancen más conmigo, la pequeña relación que ahora está empezando entre nosotros crecerá hasta convertirse en familiaridad; y eso, a menos que uno de nosotros falle, concluirá en AMISTAD...". En la novela, ese pasaje concluye así: "Si en ocasiones doy la sensación de despistarme en mi camino, o parece que en algún momento me pongo un gorro de histrión con cascabel al encontrarnos usted y yo, concédame el crédito suficiente (...) fiado de que, al avanzar la historia, se reirá usted de mí, o conmigo. Para abreviar: no pierda el buen talante, por favor". En realidad, lo mejor que se puede decir de la obra de Rowson es que a Sterne, seguro, le habría divertido.

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