Síndromes expresivos 13 | Las normas de la RAE
  • No son pocos los nostálgicos que mandarían al diablo a la RAE, con sus malditas letras y su dictadura de reglas. De la 'rebelión' no salvó ni Juan Ramón Jiménez

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Pecados ortográficos: Asere… ¿qué?

Las Ketchup, en una actuación. Las Ketchup, en una actuación.

Las Ketchup, en una actuación.

"Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revolver." - Gabriel García Márquez.

En efecto, todas las lenguas se originaron gracias a la libertad expresiva de la oralidad en el intercambio comunicativo de los seres humanos. De esta manera, nuestros antepasados disfrutaban de los beneficios de un ámbito ajeno a las estrictas normas académicas: lo esencial era la efectividad de los mensajes, sin atender a pequeñas variaciones fonéticas, morfológicas o sintácticas.

Hoy en día, algunos lingüistas nostálgicos rememoran esta etapa dorada de la humanidad, donde el error expresivo superficial se pasaba por alto sin ningún atisbo de recriminación por parte del oyente. Sin embargo, debemos convenir en que el avance intelectual de la reproducción de los sonidos en el papel fue una de las revoluciones culturales más importantes de la historia. Desde entonces, la escritura fortaleció la coherencia y cohesión de los sistemas lingüísticos en beneficio del desarrollo del pensamiento. 

Sí, querido lector, un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad fue la difusión de la escritura. Bueno, no para todos, ya que muchos ciudadanos maldicen cada día la dictadura de unas reglas ortográficas, que obstaculizan la redacción inmaculada de cualquier enunciado, por muy humilde que este sea. 

Unas mañanas aparece y desaparece la arrogante hache; al mediodía, nos enfrentamos a las leyes tiránicas de la be y la uve; almorzamos con la aspereza intimidatoria de la ge y la jota; nos despertamos de la siesta con el sabor agridulce de la articulación de las consonantes dobles -ns-, -cc-; merendamos con la esperanza de que la doble ele o la i griega o ye no nos estropee nuestra silueta expresiva; llegamos al final de la extenuante jornada con la frugalidad de una ensalada de tildes hipocalóricas en diptongos, hiatos y triptongos; apenas logramos conciliar el sueño con las idas y venidas de eses, zetas y ces vociferando entre la multitud de neuronas derrotadas por el esfuerzo.

"¡No se tome ese trabajo! Escríbame sin falta", fue la genial respuesta de Andrés Bello, cuando un amigo le recordaba que "esta semana le escribiré sin falta". Con falta o sin ella, lo cierto es que en el mundo profesional y académico cada vez hace más falta que desaparezcan las faltas ortográficas para no transmitir una imagen de escaso conocimiento de las normas aceptadas en la comunicación escrita.

¡Al diablo la RAE y sus malditas letras! ¿Te has quedado a gusto, rebelde lector? Te acompaño en el sentimiento, pero la vida no la he inventado yo. Desde siempre, la mayoría de estudiosos de la lengua se ha rebelado contra el intento desesperado de revolucionar la norma ortográfica. Por ejemplo, el inteligente poeta onubense que, casi siempre, lograba acertar con el nombre exacto de las cosas. Sí, el mismo: Juan Ramón Jiménez. Célebres son sus palabras contrarias a la tradición normativa: 

"Se me pide que esplique por qué escribo yo con jota las palabras en "ge", "gi"; por qué suprimo las "b", las "p", etc., en palabras como "oscuro", "setiembre", etc., por qué uso "s" en vez de "x" en palabras como "excelentísimo", etc. Primero, por amor a la sencillez, a la simplificación en este caso, por odio a lo inútil. Luego, porque creo que se debe escribir como se habla, y no hablar, en ningún caso, como se escribe".

¡Pudiera! Yo me inhibo o llo me inibo. De berdá, berdaz, berdat, berdad, no lo sé, zé, he. Aserejé-ja-dejé de jebe tu de jebere seibiunouva majavi an de bugui an de güididipí. ¡Vaya lío!

¿Se puede superar?

La expresión escrita en cualquier contexto comunicativo sin faltas de ortografía no es cuestión de inteligencia y sí de conocimiento de las peculiaridades del sistema lingüístico y, por qué no subrayarlo, de la memoria visual. Lo ideal sería la correspondencia exacta de sonido y grafía en la lengua española, pero la vida a veces no es perfecta. Por lo tanto, algunos consejos prácticos para mitigar los efectos del síndrome del  Aserejé-ja-dejé son:

  • Abrir en nuestro inseparable amigo electrónico un archivo de texto, donde apuntar las palabras que nos suscitan dudas. Por ejemplo, "haya/halla". Así, en una columna anotaremos el error o duda y a su derecha especificaremos de forma breve y sencilla la solución. A veces, será suficiente con una regla ortográfica general: "Se escribe con b el sonido final -bir de los infinitivos y todas las formas de estos verbos, excepto hervir, servir y vivir y sus compuestos"; otras, recurriremos al principio de analogía: "abría" se escribe sin h cuando es una forma del verbo abrir, pero se escribe con h inicial cuando es forma del verbo haber: "Si hubiera estado allí, lo habría visto cuando abría la puerta".  
  • Muchos hablantes nos encontramos con dificultades añadidas por nuestra pronunciación seseante (servesa por cerveza), yeísta (caye por calle) o la simplificación de sonidos consonánticos dobles (contradisión por contradicción o estraterrestre por extraterrestre). En estos casos, la memoria visual es un recurso imprescindible para no meter la pata. No obstante, dos estrategias inteligentes son: la búsqueda de un sinónimo para no destrozar el idioma (*El presidente apabuyó al líder de la oposición por El presidente abrumó al líder de la oposición), o bien, elevar una plegaria por la redención de los pecados ortográficos.

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