Muere Peter Brook

Juego entre magos

  • Con la muerte de Peter Brook, el mundo pierde a uno de sus artistas más influyentes del último siglo

Peter Brook, a la derecha, ensayando con Michel Piccoli y Natasha Parry una obra en 2003.

Peter Brook, a la derecha, ensayando con Michel Piccoli y Natasha Parry una obra en 2003. / Martin Bureau / Efe

Si habitualmente se considera La Tempestad el testamento literario de William Shakespeare (es difícil no ver en la despedida epilogal del mago Próspero la del propio Bardo, quien sin embargo tuvo tiempo para escribir otras tres obras mano a mano con John Fletcher), no menos significativo resultó el adiós de Peter Brook a su público con Tempest Project, su último montaje del mismo título, que pudimos ver el año pasado en el Grec barcelonés. Encontramos allí una reafirmación de los argumentos de Brook respecto al espacio vacío, el juego, la difuminación de los límites entre personas y personajes y, sobre todo, la asunción del arte escénico como trasunto de la propia magia. Y ahora que Brook nos brinda el truco final de su comedia, corresponde afirmar, con la mayor convicción, que el mundo pierde a uno de sus artistas más influyentes del último siglo: prácticamente todo el teatro que sube a escena hoy día incorpora sus enseñanzas, sus puntos de vista y sus decisiones. No hay un acontecimiento escénico que ignore su huella por completo, lo que muy a duras penas se puede decir de otro creador contemporáneo a estas alturas. Brook incorporó al legado occidental que culminaba en Shakespeare otras raíces como el Mahabharata y el teatro , hasta alumbrar una poética crecida en el silencio y el vacío que devolvía al escenario las connotaciones sacras de sus orígenes. Pero, ante todo, Brook es un ejemplo único de creador capaz de leer y comprender su tiempo: "El colosal carromato de la cultura sigue rodando y aporta las huellas de cada artista al montón cada vez más alto de las inmundicias”, escribió en El espacio vacío. Brook llevó así al extremo la premisa de que el resto es silencio hasta conducir su magia a ese resto, lo sobrante, lo periférico e invisible, al modo de Próspero exiliado en su isla. Ahora sabemos que en el teatro lo más valioso apenas tiene importancia, y justamente ahí reside su grandeza. A los directores y escenógrafos no les sobreviven obras materiales que garanticen su posteridad, pero Peter Brook ya supo consolarse: "Así, al menos, no vamos por ahí llenando los museos con nuestra basura".

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