Isaac Rosa | Escritor

"Damos por perdidas batallas que ni siquiera empezamos"

  • El autor sevillano publica 'Tiza roja', una selección de cuentos concebidos expresamente como interpretaciones y ampliaciones de los contenidos de los periódicos donde fueron publicados

El escritor Isaac Rosa (Sevilla, 1974), en una imagen de archivo.

El escritor Isaac Rosa (Sevilla, 1974), en una imagen de archivo. / José Ángel García

Hay un hombre de cuya apurada biografía sabemos por sus movimientos bancarios. Una familia que sigilosamente se queda a vivir en el escaparate de una tienda de muebles, tan bonitos, tan nuevos. Un señor reducido por su trabajo a una lista de agravios y cansancios que sencillamente revienta y comienza a desahogarse en el metro, como tantos de esos pobres diablos que se pasean por los vagones con sus letanías de penas mendicantes, sólo que este señor luce traje y apariencia respetabilísima, de modo que él sí merece la atención de los demás viajeros, con inesperadas consecuencias por lo demás. Hay, en fin, mucho desasosiego en el medio centenar de cuentos que componen Tiza roja (Seix Barral), el nuevo libro de Isaac Rosa.

Todos ellos fueron escritos por encargo de distintas publicaciones en los últimos ocho años, y ahora, en una selección que se presenta categorizada en bloques como las secciones de los periódicos, conviven juntas en un libro de cuentos inusual para el autor sevillano, en la medida en que él mismo –como reconoce en el esclarecedor prólogo– se considera ante todo un novelista. Todo lo demás, desde la habitual precisión quirúrjica de su prosa a la inquietud formal que lo ha llevado a jugar con mayor libertad aún con técnicas, voces y registros, pasando por su mirada penetrante y más humanista que programática las angustias materiales y espirituales de la exhausta sociedad actual, es pura marca de la casa del autor de El vano ayer, El país del miedo o Feliz final, uno de los narradores más sólidos y consecuentes de su generación.

–Pese a que sin ella no podría concebirse el nacimiento mismo de la novela moderna, la literatura de encargo arrastra cierta mala fama, como si fuera más innoble y estuviera condenada a una menor ambición artística. ¿Cuántas miserias oculta el prestigio de la inspiración?

–Seguimos comprando una imagen romántica no sólo del escritor sino del artista en general, ese que se debe a su inspiración, por supuesto individual, libre y soberano, que no responde ante nadie y por tanto no tiene que asumir las consecuencias de lo que escribe puesto que le da igual si lo leen o no. Y a mí frente a eso me interesa precisamente el escritor que responde. A mí me gustaría que hubiera más encargos, de editoriales, de prensa y hasta de lectores, me encantaría que la propia comunidad de lectores fuera capaz de proponernos cosas. Pero el peso que sigue teniendo esa idea romántica nos hacer ver el encargo como una concesión, como algo que va en menoscabo de la propia creación y de la libertad del autor. A mí, al margen de consideraciones materiales, los encargos me parecen muy estimulantes.

–En su obra siempre ha habido una clara mirada política y una preocupación por las cuestiones sociales. Más mala fama: la de la literatura política como algo un poco garbancero: mucho mensaje y poca sofisticación...

–Es innegable que ciertas etiquetas lastran un libro porque condicionan su lectura, pero en cualquier caso a mí eso nunca me ha pesado. Me han colocado mucho la etiqueta de novelista social, aunque prefiero la de novelista político, porque la social sí me parece que se ciñe mucho más a ciertos modelos que vienen del realismo decimonónico. Y la cuestión es que para mí la novela política no lo es sólo por el tema sino también por la propia forma.

–Es muy notorio a estas alturas cuál es su sensibilidad política: de izquierdas. ¿Este libro le gustaría, pongamos, a un ferviente defensor del neoliberalismo?

–Bueno, le podría gustar para discutir con el libro, que para mí es de lo mejor que se puede decir de una obra: que merece una discusión. Es cierto que esta selección de 50 cuentos estaba muy condicionada por cómo fueron escritos, dónde, en qué momento; había muchos que descarté porque estaban demasiado atados al momento en que fueron escritos y ahora necesitarían una nota al pie o incluso tratarían temas que ya no interesan. Y entre esos cuentos había varios que intencionadamente buscaban provocar al lector convencido, al lector que lee a favor y sólo espera encontrar la confirmación de su propia opinión.

"En las distopías yo no veo discursos críticos, sino incapacidad de pensar en un futuro en el que no salgamos derrotados"

–Usted apela a la necesidad de una nueva imaginación política. Y en relación con esta cuestión, defiende la necesidad de dar forma poco a poco a un imaginario colectivo que no sea tan conservador como el actual. Explíquese...

–Se ve muy claro en las dos grandes fuerzas que tensan ahora mismo las ficciones, no sólo las literarias sino todas las demás, y seguramente más aún las audiovisuales: la nostalgia y la distopía. Son direcciones contrarias pero en ambos casos se produce una huida del presente: por un lado, pensar que antes todo era mejor y todo estaba más claro, y por otro esa permanente prospección oscura del futuro. El miedo que todos podemos tener hoy, ahora con más razones aún, hace que sólo sepamos imaginar el futuro como una distopía; incluso desde presupuestos críticos tropezamos una y otra vez en lo mismo, somos incapaces de pensar alternativas de futuro en la que no salgamos derrotados. Tuve hace no mucho una discusión a cuenta de una de las series que un montón de gente vio durante el confinamiento, El colapso. Es verdad que formalmente la propuesta era llamativa, pero yo empecé a verla y al tercer capítulo me tenía ya cabreadísimo. Donde algunos veían un discurso crítico, una llamada a la acción para evitar ese futuro, yo veía un discurso no ya conservador, sino reaccionario. Porque lo que nos dice la serie, me parece a mí, es que en el futuro lo que nos espera es que todos vamos a necesitar una pistola cuanto antes. El sálvese quien pueda, el todos contra todos...

–Esa pinta va teniendo...

–Pues a mí me cabrea que cuando un creador propone una mirada al futuro sólo sea capaz de articular una mirada desesperanzada y misántropa, tanta desconfianza en el ser humano. Yo no sé si el futuro sería así, pero no quiero que sea así. Y como escritor no quiero que mis ficciones insistan en eso. Me gustaría pensar que podemos encontrar otras formas de organizarnos que no pasen por matarnos los unos a los otros. Y de hecho lo que ha ocurrido en estos últimos meses ha invalidado muchas de esas distopías. Hemos vivido lo más parecido a un colapso que hemos conocido en muchísimo tiempo: mucha gente se ha quedado sin nada, la incertidumbre era total, el miedo era el sentimiento dominante, los recursos escaseaban, en los hospitales se priorizaban unas personas frente a otras... Y lo que hemos visto no han sido saqueos ni peleas callejeras, sino, en la inmensa mayoría de los casos al menos, gente que se ponía la mascarilla cuando tocaba, gente responsabilizándose, quedándose en casa, ayudando en lo que podía. ¿Entonces por qué pensamos que en el futuro vamos a acabar disparando sin remedio a nuestro vecino porque nos está disputando un litro de gasolina? Los primeros cuentos del libro son de 2012, y en aquella época, cuando no se veía la salida de la anterior crisis, me salían muy desesperanzados, se limitaban a constatar lo jodida que es la realidad. Pero con el paso de los años hice una reflexión de fondo que procuro aplicármela como escritor y en otros ámbitos también: me pregunté si mis creaciones tenían que contribuir a esa desesperanza, a ese miedo.

"La única forma de quitarnos el miedo que todos sentimos ahora es con los demás, no contra los demás"

–Estamos llegando a un punto de la conversación en el que el cínico de turno, como lo sabe todo además, ya tiene la ceja levantada y está pensando que usted es un ingenuo...

–Ya, pero la cuestión es que no soy ingenuo, ni tampoco pretendo idealizar nada. Hay otras formas de organizarnos, de trabajar, de luchar, y si no se ponen en práctica es porque todos, como sociedad, no queremos. Porque no son cosas remotas, de un futuro muy lejano, ni mucho menos utópicas. Mira, del libro le tengo especial cariño al cuento que se titula Cena de navidad, sobre una típica cena de compañeros de trabajo en la que todo el mundo bebe y se desinhibe, pero en vez de acabar dando la nota en el karaoke o liándose unos con otros, montan un comité de empresa. ¿Eso no es algo que puede pasar mañana mismo en cualquier empresa de este país? Si no pasa, insisto, es porque no queremos. Es curioso que muchas veces aquello que no nos atrevemos a imaginar está ya inventado, hace muchísimo además, y a nuestro alcance. Que los sindicatos se inventaron hace siglo y medio, eh.

–Históricamente, en política el miedo es una fuerza peligrosa y profundamente reaccionaria. El problema es que hoy, con los efectos de la pandemia, lo excepcional es que alguien no sienta miedo, angustia e incertidumbre. ¿Cómo evitar que ese miedo lógico nos arrastre hacia una oscuridad aún mayor?

–Es evidente que de esto no vamos a salir mejores ni más fuertes, como se nos decía en los primeros meses. Dicho esto, obviamente no tengo ninguna receta pero sí algunos aprendizajes de los últimos años, en los que he estado involucrado en movimientos como el de las personas afectadas por las hipotecas. Y hay uno fundamental: ese miedo que tenemos y al que cada uno le pone el nombre que quiere, pero que al final es compartido y común, ese miedo no se quita a solas, individualmente no hay defensa posible. La única forma de quitarnos ese miedo es con los demás, no contra los demás. Al final la respuesta a estos problemas no está en un libro de cuentos ni en un discurso político, sino en el día a día, en la reconstrucción de una verdadera comunidad. Claro, eso es un proceso muy lento, con muchos avances y retrocesos, y muchas veces insuficiente ante las amenazas que tenemos en este momento. Pero es que no hay otra alternativa, ni vías rápidas. Bueno, sí, las que defienden ciertos discursos, los discursos abiertamente fascistas, llamemos a las cosas por su nombre.

"Demasiadas veces el periodismo actual da por hecho que las redes sociales son la voz de la calle, cuando no es así"

–¿En este escenario de confusión, falsos remedios y vocerío chusco no hay nada que reprochar a la izquierda?

–La respuesta sería muy larga, pero digamos que no me gustan esos análisis en los que nos situamos a nosotros mismos fuera del problema. Es que los sindicatos lo han hecho mal. Es que los partidos no funcionan. Es que los dirigentes viven en otro mundo. Es que la izquierda no está a la altura. Más que lo que haga o deje de hacer la izquierda, me interesa nuestra responsabilidad. No podemos esperar a que los dirigentes, como si fueran algo ajeno a nosotros, nos vayan a proponer una solución.

–¿No están para eso? Entiendo lo que quiere decir, pero uno puede intentar ser, en su día a día, amable y justo con las personas y tratar de ser consecuente con los valores en los que cree, pero los presupuestos para hospitales o para la educación pública los deciden otros señores...

–Lo que quiero decir es que no podemos ser sólo espectadores ni sólo votantes, tenemos que ser ciudadanos más activos. Estando de acuerdo en gran parte con el matiz que haces, creo que los ciudadanos tenemos más fuerza de lo que creemos. Lo que pasa es que renunciamos a usarla de partida, damos por perdidas batallas que ni siquiera empezamos porque damos por hecho que es imposible ganar y a lo mejor resulta que no, a lo mejor si diéramos la batalla no ganaríamos la guerra pero sí un par de batallas, y eso podría ser insuficiente, por supuesto, pero no poco.

Isaac Rosa, en una imagen reciente (anterior a la pandemia). Isaac Rosa, en una imagen reciente (anterior a la pandemia).

Isaac Rosa, en una imagen reciente (anterior a la pandemia). / José Ángel García

–Es muy divertido el cuento de la Virgen a la que sacan en procesión y le ponen un lazo amarillo y eso es tomado erróneamente por un gesto independentista. Más allá del vodevil que se monta, contiene una reflexión implícita muy certera sobre los discursos acríticos, los yonquis del escándalo, la dinámica perversa de lo viral y las redes sociales...

–Quise hacer una burla de este estado de ánimo colectivo tan propenso a la ira y a los malentendidos. Estamos predispuestos a cabrearnos con lo que sea y gastamos mucho tiempo y muchas energías en broncas que no merecen semejante nivel de atención. No sabría decir en qué medida contribuye a eso el periodismo actual, pero desde luego me parece que en los últimos tiempos éste vive demasiado pendiente del eco de las redes sociales, y no hablo ya del clickbait o de buscar desesperadamente muchas visitas con tonterías, sino de cómo se da por hecho que la voz de las redes sociales es la voz de la calle, cuando no es así. En las redes sociales uno piensa que todos están hablando de lo mismo porque así funcionan los algoritmos, dando prioridad y visibilidad al ruido, y demasiadas veces los medios toman por bueno eso. Evidentemente estamos haciendo algo mal.

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