Cinta Canterla | Catedrática de Filosofía de la Universidad Pablo de Olavide

“La idea de utopía va a ser muy necesaria para salir de esta situación”

  • Hablar con esta profesora e investigadora nos da una nueva visión de la Ilustración, un movimiento en el que las mujeres tuvieron más presencia de lo que muchos piensan

Cinta Canterla, confinada en su domicilio.

Cinta Canterla, confinada en su domicilio. / MG

Por el Grupo de Estudios del Siglo XVIII, creado en 1990 en la Universidad de Cádiz, han pasado algunos de los más finos profesores de la Andalucía reciente, como el maestro Alberto González Troyano, o la persona que hoy se somete con paciencia académica a nuestro confinado cuestionario: Cinta Canterla (Huelva, 1959), actualmente catedrática de Filosofía de la Universidad Pablo de Olavide. Canterla, definida por algunos conocidos como mujer “que pisa fuerte”, es especialista en Kant y la filosofía de la Ilustración, la gran refundación de la cultura europea de cuyos conceptos y anelos nos seguimos alimentando, pese a las muchas refutaciones. Una de sus aportaciones más interesantes es el estudio de la revista dieciochesca ‘La Pensadora Gaditana’, una publicación fundamental para conocer el humus sobre el que crecería el Cádiz de las Cortes y que, según la muy razonada hipótesis de Canterla, fue redactada íntegramente por la Marquesa de García del Postigo, que se escondía tras el pseudónimo de Beatriz Cienfuegos. En 2009 fue Premio de Investigación Manuel Alvar de Estudios Humanísticos por el libro ‘Mala noche. El cuerpo, la política y la irracionalidad en el siglo XVIII’. Actualmente trabaja sobre el republicanismo en Europa durante el Siglo de las Luces.

–¿Fue la mujer la gran olvidada de la Ilustración?

–Yo no lo creo. Las mujeres estuvieron muy presentes en la Ilustración, tanto como actoras de la misma cuanto como objeto de las discusiones. Las mujeres (no hablo nunca de la mujer, porque eso me parece una abstracción) escribieron muchos textos ilustrados, fueron muy activas en la formación de la opinión pública y desarrollaron una amplia actividad social e incluso política.

–¿Y como debate?

–Como objeto de las discusiones resultaron ser también un tema estrella, se escribió mucho durante el siglo ilustrado sobre la necesidad de erradicar el prejuicio de que eran inferiores por naturaleza y acerca de si debían participar y cómo en la nueva sociedad moderna. Reivindicación de los derechos de las mujeres e Ilustración van, pues, de la mano. Sí fueron relegadas, en cambio, como otros grupos sociales, en las primeras constituciones liberales que plasmaron los ideales ilustrados. Ahí sí. Estos textos legales fueron el reflejo de las ideas del liberalismo más conservador, partidario de excluirlas de los derechos de ciudadanía.

–Entonces, de alguna manera, se puede decir que la emancipación femenina es una consecuencia lógica de la Ilustración ¿no?

–Tal como yo lo veo, la Ilustración es hija de la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII. Cuando se habla de esta última, se hace comúnmente referencia a cosas como la transformación de la vieja Cosmología en una Astronomía de corte matemático, a los avances de Copérnico, Brahe, Kepler, Galileo y Newton. Pero hay también un elemento muy presente en esta Revolución Científica que se suele pasar por alto: el convencimiento de que para avanzar hay que erradicar los prejuicios heredados de la tradición, falsos conocimientos considerados válidos de un modo completamente arbitrario.

– Deme algunos ejemplos.

–Uno de los protagonistas de la Revolución Científica, Francis Bacon, habla ya por extenso a comienzos del siglo XVII sobre la necesidad de desterrar esos ídolos como parte importante del progreso. Y a finales de ese mismo siglo, el cartesiano Poulain de la Barre denunciaba que el prejuicio más arraigado y dañino a combatir era precisamente ese según el cual las mujeres eran inferiores intelectual y moralmente a los hombres. La Ilustración hizo una divisa de esa crítica de las ideologías, se propuso el desenmascaramiento de los prejuicios arbritrarios y por eso se planteó como ideal irrenunciable la emancipación de las mujeres.

–Sin embargo, decía Roger Scruton que ser conservador es una forma de ser ilustrado. ¿Está de acuerdo?

–Sí, claro, estoy de acuerdo. Hay dos Ilustraciones: una conservadora y otra radical. Las dos quieren erradicar prejuicios y acabar con el Antiguo Régimen. La diferencia está en la intención y la extensión de esos cambios que se pretenden. Para los ilustrados conservadores, hay que acabar con los prejuicios de que las personas son desiguales por nacimiento y poner fin al Antiguo Régimen con una constitución liberal, pero con suma cautela, otorgándoles el poder político sólo a aquellos que lo pueden ejercer de modo razonable. Así, establecerán distintas restricciones (muchas veces en las propias constituciones, otras en la normativa que las desarrollaba) al principio fundamental liberal, dejando fuera a las mujeres, a los negros, en muchos lugares también a los varones desprovistos de recursos, a personas diferentes por su religión, judíos por ejemplo, etc.

La mujer no fue marginada por la Ilustración, pero sí por las constituciones que plasmaron sus ideales

–¿Y cómo lo justifican?

–Van a verse en la paradoja de tener que argumentar que esos colectivos, aún siendo humanos, son diferentes, y recuperar los antiguos prejuicios ahora disfrazados de argumentos científicos. Los liberales radicales, en cambio, quieren una constitución que otorgue la ciudadanía a todos sin restricciones ni diferencias. Y van a llegar tan lejos en sus reivindicaciones, que van a anticipar, como Thomas Paine, por ejemplo, las ideas socialistas del siglo siguiente, el XIX. Esta última es para mí “la verdadera Ilustración”, una expresión que ya se usó en la propia época.

–Usted ha dedicado muchas horas a estudiar la filosofía de la Ilustración. ¿Todavía podemos creer en conceptos como razón, progreso, etcétera?

–Todo depende de los conceptos de razón y progreso que se manejen. Se ha identificado a la Ilustración con un concepto de razón instrumental, orientada a la eficacia y al propio éxito, y con un concepto de progreso asociado a hacer dinero. Y esto no es sostenible. Hay que decir que estas concepciones son ya criticadas dentro de la propia Ilustración. Una razón, dicen los ilustrados radicales, que se identifica con una forma de pensar disociada de los sentimientos y la empatía por los semejantes es una razón psicopática: es el “pensar a sangre fría” por cuyo camino se va a la violencia y a la destrucción, como se demostraría posteriormente. De igual modo, a propósito del progreso, también en la Ilustración se criticó ya, por parte de los Ilustrados radicales, una noción insolidaria que identificaba progreso con el enriquecimiento de unos pocos. Cito de memoria, pero ya lo dijo Herder: “Sistema comercial, qué gran invento, dos terceras parte del mundo trabajando explotadas para que los europeos vivan mejor”. Pues bien: somos los herederos de la Ilustración, pero hay que tener mucho cuidado con a quién se quiere heredar dentro de ella. Yo desde luego tengo claros mis referentes.

‘La Pensadora Gaditana’ es un excelente testimonio de las ideas y costrumbres de la Cádiz preliberal

–¿Y la utopía? Todavía hay gente que se empeña en reclamarla, aunque en su nombre se han cometido las más horrendas de las matanzas.

–Si se entiende la utopía como algo a lo que se va a llegar indefectiblemente por un progreso dialéctico de corte científico yo, desde luego, no creo en ello. Me gusta mucho la filósofa Simone Weil, y ella ya realizó antes de la Segunda Guerra Mundial una crítica demoledora a esta vía, crítica que yo comparto. Pero si se piensa la utopía como Bloch, como algo que tiene que ver con la capacidad de imaginar un mundo mejor y con la esperanza de lograrlo, entonces sí que creo en la utopía. Ahora mismo será muy necesaria: nos va a hacer falta mucha imaginación y mucha esperanza para salir de donde estamos.

–Uno de sus grandes temas de investigación ha sido ‘La Pensadora Gaditana’, un periódico ilustrado gaditano. Háblenos de este medio, cómo surgió, qué supuso, etcétera.

–La Pensadora Gaditana es un periódico que se publicó por primera vez (después hubo varias reediciones) en Cádiz durante 1763 y 1764, a razón de un número a la semana. Salía los jueves y su directora y periodista única era Beatriz Cienfuegos. Reflexionaba, mediante sus Pensamientos, sobre la sociedad cosmopolita y comercial gaditana del momento. Y es un excelente testimonio de las costumbres e ideas que circulaban por la ciudad de Cádiz en el período preliberal. En sus páginas puede ya leerse, por ejemplo, que es contrario a la razón y al sentido común creer que las personas son diferentes “por su nacimiento”.

–Ideas avanzadas para la época.

–España necesitaba, decía, ciudadanos cívicos y virtuosos que pensaran en el bien común y en el progreso de la patria, y a esto podían contribuir todas las personas, con independencia de haber nacido hombre o mujer, pobre o rico, aristócrata o plebeyo. Habla ya de dos tipos de comerciantes, los comprometidos con el país y los que sólo buscan su beneficio egoísta, poniendo en riesgo estos últimos con sus dispendios los propios negocios, dado que las inversiones de los extranjeros en el comercio gaditano exigía personas confiables y prudentes. En fin, La Pensadora es un periódico interesantísimo escrito en un momento de una gran brillantez en el que Cádiz era el centro del mundo. Para hacerse una idea, en el Catastro de Ensenada había una pregunta donde había que indicar los pobres de solemnidad que hubiese en el municipio o ciudad . En Cádiz el informante señala como respuesta a esa pregunta que no hay ninguno.

–Parecería increíble.

–Incluso el redactor se ve en la necesidad de explicitar que no ha sido negligencia por no buscar, sino que es que todo el mundo tiene un medio de subsistencia con el que ganarse la vida. La Pensadora recoge ese momento histórico: Cádiz aparece señalada en sus páginas como “una de las ciudades más cultas de Europa”.

–¿Es verdad que se inspiró en el The Spectator?

–El británico The Spectator inspiró en Europa a muchas publicaciones periódicas con su modelo de prensa consistente en ensayos reflexivos breves destinados a influir en la opinión pública, pero después cada periódico en concreto tuvo su originalidad. En las páginas de La Pensadora Beatriz Cienfuegos insiste en que no sigue modelos extranjeros. Su contrincante, si se puede decir así, era El Pensador de Madrid, mucho más conservador que su periódico a juicio de la autora, especialmente en lo que atañía a las mujeres.

–Una de sus mayores aportaciones ha sido descubrir quién se escondía tras el pseudónimo de Beartiz Cienfuegos.

–Los investigadores han dicho siempre que quien se ocultaba bajo la firma de Beatriz Cienfuegos era uno de los mayores secretos del periodismo andaluz. Yo me he pasado años detrás de esa pista, investigando con suma paciencia. Mi hipótesis actual es que era el pseudónimo de una mujer, Beatriz Manrique de Lara Alberro, Marquesa de García del Postigo. Como he publicado mi trabajo y expuesto mis argumentos, me remito a él. Es una hipótesis y habrá que seguir investigando. Pero ya que me pregunta usted por la Marquesa de García del Postigo, le voy a contar una anécdota. ..

–Adelante...

–En general los investigadores somos respetuosos los unos con los otros y discutimos nuestras hipótesis y argumentos con elegancia en los espacios académicos. Pero después, fuera de cámara digamos, y en confianza, se dicen a veces, también con educación pero con menos comedimiento, algunas simplezas. La más prejuiciosa que yo he oído, pero además, a personas diferentes, es que era imposible que La Pensadora la hubiese escrito una mujer, porque “qué mujer iba a tener en Andalucía altura intelectual para una empresa tal”. Increíble pero cierto. Pues bien, ha sido para mí una gran alegría poder poner sobre la mesa a una mujer, la Marquesa de García del Postigo. Nacida en el Puerto de Santa María, fue hija, esposa, madre y cuñada de oficiales de la Armada española, todos muy comprometidos con el país.

Las leyes llegaron a prohibir ‘el tapado’, pero no sirvió de nada: las mujeres se impusieron siempre

–¿Y el título?

–El Marquesado lo había recibido su suegro por su papel destacado en la defensa de Nápoles, no era un título procedente de la aristocracia ociosa: Beatriz Manrique de Lara conocía la meritocracia de primera mano. Fue una andaluza como las que se describen en La Pensadora, donde se dice que en Andalucía las mujeres “ya nacen sabiendo”.

–Por cierto: ¿qué era el ‘tapado’?

–En un número de La Pensadora Gaditana se habla de la costumbre del tapado. Era ésta una curiosa forma de ponerse las españolas el manto que habitualmente se llevaba sobre los hombros y que a veces se ponía sobre la cabeza. Se exportó a áreas de influencia española, Italia y América. Hoy, por ejemplo, se consideran que las tapadas limeñas, muy típicas, heredaron esa costumbre de los árabes, y nada más lejos de la realidad. Era una moda muy extendida en el siglo XVII, que llego casi hasta el siglo XIX.

–¿Y en qué consistía esa costumbre?

–Pues lo digo en palabras de León Pinelo, en un tratado que escribió sobre las distintas formas de ponerse los velos. Decía él que en España que la mujer se cubriese la cabeza dejando la cara al descubierto se consideraba un signo de modestia; que fuese con la cabeza destapada y la cabellera a la vista era neutro; pero que se embozase la cara (lo que se llamaba el tapado) era considerado indecente. Y que esto chocaba mucho a los extranjeros. Porque resultaba que el modo de llevar el manto que más tapaba era el que se consideraba más indecente, y en cambio el ir la mujer sin tapar la cabeza se consideraba neutro. ¿Estaban locos los españoles? Pues sí, era lo que parecía, hasta que los extranjeros aprendían a interpretar a la manera española, y entonces sí, entonces le encontraban las claves del erotismo.

–¿Pero en qué consistía exactamente?

–En el tapado se ponía el manto por la cabeza, se lo cruzaba sobre la cara y dejaba al descubierto sólo un ojo, el izquierdo. Y lo hacía para poder ir sola a donde quisiera sustrayéndose al control social: dejando los dos ojos al descubierto era más fácil de identificar. Fue costumbre muy prohibida, incluso por leyes específicas, que no sirvieron de nada: las mujeres se impusieron siempre. El tapado era vivido como autonomía: dado que no sabes quién soy, hago lo que quiero y voy a donde quiero. El tapado se hacía incluso cuando se iba con velo, y se podía ver a su trasluz si se dejaba caer ante la cara: la mujer se lo cruzaba y dejaba el ojo al descubierto siguiendo la tradición. Pues bien: en Cádiz fue muy utilizado por las mujeres durante el siglo XVIII para tener más movilidad y libertad para tratar con los hombres cuando sus parejas estaban en viajes comerciales.

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