Adiós a un maestro

Caballero Bonald, historia viva

Caballero Bonald, historia viva

Caballero Bonald, historia viva / Archivo (Granada)

José Manuel Caballero Bonald se nos fue ayer lamentablemente a los 94 años. Tenía justo el doble de los años que yo tengo ahora. Siempre me quise ver reflejado en su búsqueda de la palabra, en su pulsión escritural, en su brillante carrera literaria en todos los estilos que tocaba. Poesía, novela, ensayo… Pepe –pues así le llamaban sus amigos– ha sido un ejemplo para varias generaciones, un ejemplo no solo de escritura, en la que alcanzó altísimas cotas estéticas, sino ética y moral, pues su actitud en los duros años del franquismo, y luego durante la democracia, no se doblegó ante las alharacas del poder ni ante los agasajos de los mediocres. Denunció injusticias sociales, abogó por una sociedad mejor, por el reparto de la riqueza, y siempre fue votante de izquierdas, según confesaba a menudo en sus entrevistas. Cada vez más irónico, su trato era afable, como de quien ya está más allá del bien y del mal, y le gustaba hablar entre veras y bromas, aunque en los últimos años se le veía muy apurado por la edad, que le había superado. «Es una putada la vejez», me dijo en una ocasión, y yo le respondí que era mucho peor no cumplir años, a lo que se quedó pensativo.

Maestro al que he dedicado muchos años de mi vida, que he seguido fielmente y admiro profundamente, su escritura es un testimonio de etapas y decisiones estilísticas inapelables –consigo mismo– que me han enseñado mucho. Administró sus silencios y necesidades expresivas con rigor y sabiduría. Nunca se cansó de indagar, nunca cesó de preguntarse por el misterio de las cosas, por la inexplicable realidad de las palabras, y por los espejismos en los que a veces entramos, como en bucle, haciendo compatibles muchas cosas que las mentes estrechas no saben conjugar. Caballero Bonald es uno de los orfebres más importantes que ha dado la lengua española, y no hablo del siglo XX o lo que va del XXI, sino que quiero entroncar su obra con los autores áureos, para él dilectos, y que también leyó, estudió y editó.

Pepe fue muchas cosas, aparte de escritor. Incluso actuó en alguna película. Profesor o lexicógrafo, por ejemplo. Tenía aptitudes para la pintura y el dibujo, gestor y promotor cultural, reconocido folklorista y flamencólogo, ensayista de fondo, articulista de ocasión, director al frente de la editorial Júcar, director artístico de la casa discográfica Ariola… Precisamente –como despedida en esta breve nota– quiero compartir un recuerdo muy personal que poseo de él, un recuerdo que una vez le conté y le dio íntima alegría. Me refiero a la primera vez que yo vi y leí su nombre, José Manuel Caballero Bonald. Fue en un disco de vinilo de Paco Ibáñez y Cuarteto Cedrón en el que cantaban de manera inolvidable y respectivamente a Pablo Neruda y Raúl González Tuñón, un disco muy hermoso que todavía conservo. Tenía yo 12 años, o sea, hacia 1986. Allí firmaba nuestro Pepe un párrafo con sus impresiones sobre la obra que presentaba, y desde entonces sentí por él una atracción que fui completando con los años, leyendo sus novelas y sus libros de poemas, en fin, todo lo de él, ya algo más mayor. Al acabar el bachiller leí Dos días de setiembre (1962), su primera novela, y poco a poco me fui introduciendo en su mundo poético y vital… En fin. Recuerdo bien ahora aquel primer texto suyo firmado, y sé bien que hay otros muchos que no firmó en todos los discos que aparecieron en aquel entonces, porque él me lo ratificó, sobre todo del mundo del flamenco, que deberían juntarse algún día y ponerse a disposición del público. La fina pluma del jerezano era un bisturí de inteligencia emocional, siempre apuntando al lugar exacto, con aguda destreza. Por ahí andan... Y como él, historia viva.

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