Después de darse a conocer con trabajos como Caballero Luna y Los nuevos Mutantes, Bill Sienkiewicz estalló como artista a mediados de la década de 1980 y se convirtió en uno de los grandes autores estadounidenses de su tiempo.

Su colaboración con Frank Miller en Elektra asesina, con su estilo pictórico, su eclecticismo formal y su rabioso storytelling, muestra un talento infinito. Sus cubiertas de aquella época no le van a la zaga, como tampoco la farragosa en lo literario, pero hipnótica en lo visual, serie limitada que firmó en solitario: Stray Toasters.

En los casos en los que se decidió por abandonar la paleta y centrarse solo en la línea, como en La sombra, el resultado fue igualmente radical, tan soberbio y distinto al estándar que acabó creando escuela. Le llovieron los premios: el prestigioso Yellow Kid italiano en 1986, el Gran Guinigi el mismo año, el Jack Kirby al mejor dibujante en 1987, el Medallion Alpe d'Huez en 1988, cinco diplomas al mérito de la Society of Illustrators, entre otros. Fueron sus años dorados, a los que siguió un lento declive, aunque nunca ha perdido el carácter, ni los destellos de genialidad.De aquella época se ha publicado y republicado en España casi todo, aunque quedaba esta joya que había quedado en el olvido. Yo la compré en su día, en su modesta edición en formato prestigio, y Astiberri la recupera ahora en un tamaño mayor, en el que lucen mejor las páginas, y encuadernada en tapa dura. Hablo de Moby Dick, la tremenda adaptación del clásico de Herman Melville que Sienkiewicz firmó con el apoyo de Dan Chichester, allá por 1990, para la colección Classics Illustrated de la extinta editorial First. En poco más de 40 páginas, el historietista ofrece un sobresaliente espectáculo visual, que busca reflejar la obsesión, la angustia y la locura asesina del capitán Ahab, enfrentado al océano y al monstruo de sus desvelos. Un ejercicio soberbio que capta la esencia de la novela y nos trae de vuelta a un autor soberbio, en la cúspide de su arte.