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Mis personajes · Ángel Gómez Guillén, canónigo de la Catedral de Sevilla

A Dios por el Amor

  • La vida de este reconocido sacerdote no se entiende sin el templo del Salvador. Fue nazareno nocturno de la Borriquita y un joven que se afanaba en la limpieza la plata de su cofradía. Es experto en Liturgia.

NAZARENO de la Borriquita antes que cura. Joven que limpiaba plata con trece años antes que seminarista del viejo San Telmo. Y secretario del cardenal antes que canónigo. Ángel Gómez Guillén (Sevilla, 1943) es probablemente uno de los sacerdotes más conocidos en la Sevilla cofradiera, por su constante disponibilidad a presidir y predicar cultos, y en toda la diócesis y fuera de ella por ser uno de los mayores expertos en Liturgia de toda España. Lleva 71 años como hermano del Amor, la cofradía a la que sus padres, vecinos de la calle Tetuán y feligreses del Salvador, apuntaron a sus cuatro hijos. Gómez Guillén, el pequeño de todos, nació en la casa familiar conocida por la del azulejo del Studebaker, por cuyo balcón veía pasar varias cofradías. De aquella casa sólo queda el azulejo, catalogado para preservar su conservación. Tampoco existe ya la cervecería El Sport que regentaba su abuelo. Su infancia son recuerdos de las mañanas de Domingo de Ramos en San Juan de la Palma, punto de inicio de la Semana Santa familiar, al ser su abuelo materno, José Guillén Besa, el hermano número uno de la Amargura. Tras cumplir con el rito matinal, tocaba ver la cofradía del Porvenir desde el balcón de Tetuán. En ese mismo sitio, una noche de Martes Santo, Ángel Gómez confesó a su madre que quería ser cura mientras el paso de palio de la Virgen del Dulce Nombre estaba arriado en la puerta de su casa. Tenía 15 años. Aprovechó la presencia efímera de la Virgen y San Juan para dar un paso al frente por el camino más corto: "Mi madre se quedó impresionada y después lloró". El alumno de Los Maristas ingresó en San Telmo como seminarista en 1960 y terminó como licenciado en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca.

Su madre ha sido siempre clave, con ella visitaba todos los altares del Salvador cada viernes por la tarde en un hermoso rito de oraciones en la intimidad. La vida de Gómez Guillén no se entiende sin su madre, ni sin el templo del Salvador, donde se casaron sus padres, donde el capuchino fray Diego de Valencina lo bautizó delante de Pasión, el Señor de las devociones de su padre; donde ejerció de joven limpiando los enseres de su cofradía bajo las indicaciones de Manuel Romero, donde se vistió de nazareno de ruán por última vez siendo un diácono de 24 años, donde fue ordenado presbítero por el cardenal Bueno Monreal en 1968 y donde ejerció como sacerdote adscrito junto al inolvidable párrroco Manuel del Trigo, volcado en las catequesis de primera comunión y de confirmación en el seno de la hermandad del Amor: "Sigo pensando que las hermandades son una fuente de vocaciones sacerdotales". De hecho, más de un prebístero de hoy es fruto de aquellos años de trabajo de Gómez Guillén de muros para dentro del Salvador.

Su padre retiraba al pequeño nazarenito albo y con la cruz de Santiago a la salida de la Catedral. La noche del Domingo de Ramos era para despedir a la Amargura en su regreso por Tetuán. La gran corona de la Virgen de San Juan de la Palma era el alfa y omega del primer día de la Semana Santa. La infancia tenía el sabor de las torrijas que su madre preparaba a partir del Martes Santo, la merienda perfecta tras ver la salida de San Esteban. "Entonces no había tantas torrijas en cuaresma, sólo en los días de Semana Santa". La vigilia era escrupulosamente respetada. Hoy es el director espiritual de la cofradía, a la que acompaña como confesor en los instantes previos a la misa nocturna de preparación de la estación de penitencia, y con la que está en la salida para dirigir las oraciones de rigor.

La vocación de Gómez Guillén responde con toda precisión al lema "A Dios por el amor", por la Hermandad del Amor en la que suma más de siete décadas. El niño que era sacado de la fila cada tarde de palmas al salir de la Catedral, preside hoy los cabildos de su cofradía como director espiritual. El canónigo siempre ha llevado un capillita en su interior.

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