The Batman | Crítica

Un Batman ‘noir’ tras la estela de Nolan

Jeffrey Wright y Robert Pattinson, en ‘The Batman’.

Jeffrey Wright y Robert Pattinson, en ‘The Batman’. / D. S.

Matt Reeves ha ido creciendo en el terreno del cine fantástico y de terror con sus muy apreciables Monstruoso, el remake americano de la sueca Déjame entrar y esas dos excelentes visitas al universo del planeta creado por el novelista Pierre Boulle que son El amanecer del planeta de los simios y La guerra del planeta de los simios. En todos los casos, salvo en Monster, el hombre parece tener una rara vocación por rehacer o prolongar cosas ya hechas por otros. Afortunadamente lo hace muy bien.En este caso su visita al super explotado universo Batman tira de los hilos oscuros tendidos por Nolan sin olvidarse del Joker de Philips y con sorprendentes guiños a Fincher, especialmente a Seven. Es decir, oscuridad, mucha oscuridad; tragedia, mucha tragedia; lluvia, mucha lluvia; asunto, mucho asunto. Y, por desgracia, duración, muchísima duración, que parece que últimamente a los directores y los montadores se les han parado los relojes.

El talento innegable de Reeves logra salir airoso, aunque con algún chichón, de este mamotreto de superhéroe con elefantiasis que podría parecer una manta hecha con retales de lanas de distintos colores. El tono de entre cine negro y thriller es un acierto, como también lo es la espléndida dirección fotográfica del maestro de la luz Greig Fraser, consagrado por sus trabajos con Bigelow (Zero Dark Thirty), Miller (Foxcatcher) o Villeneuve (Dune), esencial para que la película encuentre su equilibrio entre el cine de superhéroes pos Nolan y el trhiller pos Fincher. Las atmósferas creadas por la interacción entre la luz sombría, la lluvia, la gama de colores oscuros y las arquitecturas y espacios opresivos son lo mejor de la película. Se agradece un tímido regreso a la Gotham City que Nolan naturalizó excesivamente quitándole su aire decó. Que Paul Dano, especialista en desequilibrados, sea el malo es también un acierto (no se puede decir lo mismo de los personajes de John Turturro y Colin Farrell). Robert Pattinson es un aceptable Batman en esta versión del hombre murciélago mirando hacia atrás con ira. La idea –que tirando del sangriento hilo nos lleva hasta el patriarca de los psycho killers: el destripador de Whitechapel– del juego entre el asesino en serie y Batman, con la implicación como de entre novela victoriana y novela pulp americana de un detective, es también un acierto (al fin y al cabo Batman fue creado en 1939, en plena apoteosis de la literatura barata sensacionalista, la gran novela negra y en el punto de giro del cine policíaco al negro, y su primera entrega tenía un título –El caso del sindicato químico– que evocaba el de coetáneas y popularísimas novelas de Erle Stanley Gardner).

No carece de calidades y cualidades esta película en su afán por ensanchar, profundizar y ennegrecer tanto el tebeo originario como el juguetón inicio de la edad de oro de los superhéroes en cine por obra del pionero Superman (1978) de Donner y sobre todo del Batman (1989) de Burton. Calidades y cualidades entorpecidas por una irreprimible tendencia a la elefantiasis dramática y sobre todo por las torpezas de un guión incapaz, por contundentes que sean las imágenes y explosiva la música del hábil Michael Giacchino, de soportar tan exagerado metraje.

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