Salvaje | Crítica

Russell Crowe desatado

Russell Crowe, en una escena de la película.

Russell Crowe, en una escena de la película. / D. S.

Podría haber sido, visto lo pasado en el Capitolio, un análisis premonitorio de la frustración, rabia, rencor y violencia mal reprimida de un cierto tipo de americano medio, el hombre blanco que se siente abandonado e incluso ultrajado por las autoridades en particular y por el mundo en general, hundido en una vida sin horizonte, capaz de explotar matando gente a discreción o asaltando el Capitolio. A un tipo así una chispa puede hacerle saltar con una violencia irracional que no guarda proporción con lo que la ha causado. En realidad, no actúa contra esa causa concreta representada por un desgraciado -en este caso una desgraciada- que ha tenido la mala suerte de cruzarse en su camino actuando como desencadenante de una reacción bastante más que desproporcionada.

He aquí una mujer que va en su coche. He aquí que avisa al coche que está ante ella, tocando el claxon, de que el semáforo ha cambiado. Y he aquí que el conductor del otro coche, que viene de haber consumado un acto horrendo y se siente en guerra con la humanidad y muy especialmente con las mujeres, decide que en esa desdichada se concentran todos los males que han arruinado su vida y le han conducido al infierno que acaba de provocar, además de todas las mujeres a las que odia. A partir de ahí se desarrolla una persecución que va cercando a la desdichada en un círculo de violencia y muerte.

Las sombras de El diablo sobre ruedas de Spielberg y Un día de furia de Schumacher se proyectan sobre esta película. Pero carece de la misteriosa fuerza diabólica de la primera y de la profundidad psicológica y social de la segunda. Todo se apuesta sobre la monumental y gruesa figura de Russell Crowe como furia desatada; y sobre una brutalidad y una violencia más bien gratuitas. Se queda en un festival de violencia que solo haciendo un esfuerzo puede interpretarse como una metáfora de los males que asolan a la actual América post-Trump.

En parte la película es rescatada por la poderosa, incluso furiosa y desmadrada, interpretación de Crowe. Un trabajo puramente físico, ya que pocos elementos se ofrecen para comprender al personaje, que queda retratado desde el brutal arranque, de un gordo pero fuerte Russell Crowe –"en mi familia la desgracia se pesa en kilos", decía Hilary Swank en Million Dollar Baby- que parece una fuerza de la naturaleza desatada (o de un humano regresado al estado natural prerracional). No se puede analizar las motivaciones de un huracán o un terremoto. Tampoco las suyas.

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