Mortal Engines | Crítica

Futuro post-apocalíptico, presente desolador

Una imagen de la película.

Una imagen de la película.

En 2001 el escritor e ilustrador inglés Philip Reeve alcanzó la fama con Mortal Engines, que convirtió en una serie al sumarle otros tres títulos. La saga trata de las aventuras de dos jóvenes que luchan por sobrevivir en un mundo post-apocalíptico en el que Londres y otras grandes capitales se han convertido en gigantescas máquinas que se desplazan destruyendo pequeñas ciudades de las que obtienen su fuerza. Son como fabulosos y gigantescos navíos piratas navegando por un mar muerto de tierras devastadas. No he leído las novelas, que en España han sido editadas por Alfaguara, pero parecen potencialmente llenas de posibilidades visuales.

Que Peter Jackson –el creador que fue capaz de convertir en imágenes la obra maestra de Tolkien– se interesara por el universo de Reeve y produjera y coescribiera, junto a su habitual colaboradora Philippa Boyens, la adaptación de la primera novela de Reeves resultaba por ello prometedor. Desgraciadamente la promesa no se cumple. Por el camino que va, Jackson puede acabar siendo el gran director de la trilogía de El Señor de los Anillos que fracasó (con pocas excepciones, como su producción Distrito 9) en todos sus proyectos posteriores como director o productor, incluido su desastroso King Kong, el estiramiento tolkeniano de la trilogía El Hobbit o esta producción.

La dirige Christian Rivers (sólo conocido por un presunto churro llamado Minutes Past Midnight) como si fuera otro ingenio mecánico en vez de un ser humano. No hay ideas, ni emoción aventurera, ni sugestión fantástica. Solo una hipertrofia de efectos especiales que no bastan para hacerla atractiva o siquiera entretenida (al menos para quien exija un poquito más que trucos digitales). Las deudas contraídas con otras muchas películas –desde La guerra de las galaxias hasta Transformers pasando por Mad Max– quedan sin saldar. Esto es refrito, no inspiración. En cuanto a las interpretaciones, no existen. Películas-máquina como esta sí que representan, no un futuro post-apocalíptico, sino un presente desolador.

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