Daniel Monzón | Director y guionista de cine

"Si intentas rodar hoy una película quinqui de verdad, acabas en la cárcel"

  • El director de 'Celda 211' y 'El Niño' regresa a los cines la semana próxima con 'Las leyes de la frontera', su adaptación de la novela de Javier Cercas, una historia de amor en "la cara B" de la Transición

Daniel Monzón (Palma de Mallorca, 1968), en el cine de Nervión Plaza, que acogió el preestreno de la película.

Daniel Monzón (Palma de Mallorca, 1968), en el cine de Nervión Plaza, que acogió el preestreno de la película. / José Ángel García

Es el verano de 1978 y mientras el país entra en sus años más felices y esperanzados en demasiado tiempo, Ignacio Cañas, apocado y tirando a severamente inadaptado, vivirá por su parte la etapa más intensa de su vida. El muchacho, hijo de la clase media, de los anónimos funcionarios que llegaron a Cataluña –a Gerona en este caso– dejando atrás la precariedad de las tierras meridionales, trabará amistad con Zarco y Tere, dos jóvenes y carismáticos delincuentes de Gerona. Y en esta pasajera operación de desclasamiento –pues él sí tendrá billete de regreso y redención: es una de las leyes tácitas de las que trata esta historia–, Gafitas, como lo rebautizan sus inesperados amigos del arroyo, encontrará la protección y la felicidad de la amistad, el vértigo del peligro, pues de la mano de su pandilla desesperada cruzará más de un límite legal, pero también, y sobre todo, conocerá los incendios incomparables del amor.

Porque Las leyes de la frontera, mezcla de western camuflado de thriller o viceversa, historia de iniciación en las amargas verdades adultas, crónica de la cara menos idílica de la España de la Transición e historia de amor, es sobre todo esto último. Lo defendió siempre Javier Cercas, autor de la novela en la que se basa, y lo defiende también Daniel Monzón (Celda 211, El Niño) que la ha llevado a la gran pantalla. Una historia de amor hermosa e imposible, esencialmente triste, o sea (como todas las que merecen un relato o una elegía). Hablamos con el director y guionista mallorquín el pasado martes, poco antes de que acudiera al preestreno de la película en los cines de Nervión Plaza de Sevilla, donde estuvo acompañado por los miembros del grupo Derby Motoreta's Burrito Kachimba, que firma la música original de la película, que se estrena el próximo viernes.

–¿Por qué sintió, al leer la novela de Cercas, que tenía usted que hacerla suya también?

–El primer impulso es la emoción. El triángulo de amor y amistad que plantea me emocionó profundamente, y yo tenía muchas ganas de hacer una película de amor. Siempre me han encantado esas películas de primer amor, en las que alguien, durante un verano, vive un montón de circunstancias de enorme intensidad que le cambian la vida. Yo tenía 10 años en el 78 y mi infancia y adolescencia transcurrieron en una casa que estaba al final de la ciudad desde la que veía los descampados donde se movían los quinquis. La figura del quinqui siempre la vi con una mezcla de temor, por lo que me pudieran llegar a hacer, y de hecho alguna vez me atracaron, pero también de fascinación, porque era gente que yo veía que vivían de una manera distinta, más allá de unas convenciones en las que yo vivía. Así que la novela conectó conmigo casi de una forma infantil, por eso quise llevar la historia a la pantalla y por eso creo que la entiendo muy bien. De alguna manera yo soy un poco el Gafitas, y creo que el propio Cercas tiene algo del Gafitas, hay en la novela mucho de anhelo autobiográfico.

–La realidad sociológica ha cambiado mucho. ¿Qué sentido tiene para usted volver a aquellos días de perros callejeros?

–Es cierto que en 2021 es imposible hacer una película de quinquis a la manera de las de Eloy de la Iglesia, José Antonio de la Loma o el propio Carlos Saura, definitivamente no tiene ningún sentido. Entre otros motivos porque aquellas películas estaban interpretadas por los propios quinquis, y eso les daba una tremenda fuerza, un aire casi documental, una especie de verdad salvaje en ese cruce tan particular entre la ficción y la realidad. Por eso también me interesó de la novela de Cercas su punto de vista, que yo asumo igualmente: el de un chico de clase media que evoca todo aquello que fue tan importante para él, aquella etapa, la más pasional e intensa de su vida, desde el presente. Es decir, un un punto de vista estilizado, idealizado incluso. Se trataba de recrear todo aquello desde ese temor y esa fascinación que cuajan en unas sensaciones que para mí son muy vívidas aún hoy. Recuerdo perfectamente, también, el aire de celebración que había, el color, la alegría, la esperanza... al menos en mi vida, que tuvo la fortuna de caer en la cara A del LP. La cara B era por supuesto mucho más fea, esos suburbios en los que se hacinaban las familias que acudían a las grandes ciudades en busca de trabajo pero no lograron prosperar, cuyos hijos eran los quinquis. ¿Cómo no iban a sentir, viendo la fiesta desde la barrera, el agravio de no haber sido invitados?

–En el cine tal vez no sea tan evidente, o no aún, pero en la música, desde hace unos años, está muy presente esa nueva fascinación por lo callejero en el filo de lo lumpen, ya sea en el primer trap o manifestaciones comerciales como C. Tangana. ¿Qué cree que dice esto de nuestro presente?

–A veces nos ponemos muy serios y yo quiero decir que esta película habla también de ese ímpetu tan emocionante que tiene la adolescencia, de la rebeldía y de las ganas de enamorarte hasta las patas y de correr y saltar y bailar y cantar y follar y vivir una aventura y que te salga la adrenalina por los poros. Pero dicho eso, claro que la desesperanza se acabó tragando a esos jóvenes de extrarradio, que vivieron muy deprisa y murieron también muy deprisa. Sin poder comparar ambas realidades, porque hablamos de jóvenes que eran pobres como las ratas y vivían en poblados inmundos, creo que ese horizonte de poca esperanza marca desde hace tiempo a la juventud actual. Esa angustia de no tener un futuro creo que explica ciertas actitudes ácratas. Luego viene la carcasa: la ropa, las modas musicales. Pero hubo entonces y hay ahora, aunque insisto en que son realidades muy distintas, algo más aparte de la etiqueta o la moda, que es la desazón existencial.

–Recalcó usted en la presentación de la película en San Sebastián que el cine quinqui viene a ser nuestro western...

–Claro, un género autóctono, una cosa muy nuestra. Vistos desde la distancia, los quinquis son nuestros forajidos de leyenda. Lo que quiere decir que se les ha mitificado y luego se las ha desmitificado y luego se les ha vuelto a mitificar... siempre han sido carne de cierta reinterpretación romántica. Lo mismo que hizo el cine norteamericano con Jesse James, Pat Garrett o Billy el Niño. Allí asaltaban diligencias y robaban bancos, y aquí farmacias y coches y el que podía algún banco también. La película habla también del determinismo, de cómo si tú naces a un lado o a otro de esa frontera digamos que la sociedad te reserva un lugar u otro. Si tú cometes un desliz y te pasas al otro lado, pero estás dispuesto a volver al redil, la sociedad te puede mirar con más simpatía que a cualquiera de los otros que han nacido en el hoyo y a los que se les reserva sólo ese agujero.

El director con los actores protagonistas: Begoña Vargas, Chechu Salgado y Marcos Ruiz. El director con los actores protagonistas: Begoña Vargas, Chechu Salgado y Marcos Ruiz.

El director con los actores protagonistas: Begoña Vargas, Chechu Salgado y Marcos Ruiz. / Warner Bros

–¿Cómo diría que ha pasado el tiempo sobre el cine quinqui? ¿Cuál es su experiencia al respecto como espectador?

–Esas películas en su día fueron consideradas propias de sala de barrio, pero el caso es que tuvieron un gran éxito, conectaron con la gente. Y pese a que muchos hablaban despectivamente de ese cine, tenía muchas virtudes: un brío tremendo, un aroma casi documental y por supuesto muchísimo interés sociológico. Pero es que además, en su época, esas películas, tan modestas, se atrevieron a hacer cine de acción, un cine muy vibrante, hecho con no muchos medios pero con mucho arrojo. Si hoy intentas hacer una película de José Antonio de la Loma tal cual, de verdad, como las de antes, con todas esas persecuciones, acabarías en la cárcel, porque se metía a las bravas con la cámara en un coche y se tiraba a correr la Rambla [de Barcelona] a toda velocidad, sin permisos ni puñetas. Con un presupuesto ínfimo, tiene alguna persecución que me parece comparable a las de French Connection, con todo su dinero de Hollywood.

–Los actores protagonistas de Las leyes de la frontera [Marcos Ruiz, Begoña Vargas, Chechu Salgado] son gente joven y guapa que lógicamente no conocieron de primera mano esa desesperación y aspereza. ¿Cómo fue el trabajo con ellos?

–Para mí era fundamental que la película tuviera calle, frescura, y aunque el trío protagonista en efecto sí tenía ya experiencia actoral, el resto de los chicos son chavales de la calle, sin experiencia previa. Como de la necesidad hay que hacer virtud, cuando llegó la pandemia no paré de trabajar y con los actores tenía una reunión semanal por Zoom y los empujé a que creasen grupos de WhatsApp entre ellos, porque era muy importante que entre ellos se respirase camaradería, eso tenía que verse en pantalla. Les hice una selección de música de la época, de películas quinquis pero también de otras para que se empaparan de la España de aquella época, desde La escopeta nacional a Asignatura pendiente, les pasé cómics, documentales, periódicos de esos años... Creo que aquellas semanas tan duras y extrañas de pandemia y encierro les ayudó mucho a meterse en el papel, a comprender de qué queríamos hablar, a jugar a ser otros. Y creo que hicieron todos un trabajo excepcional.

–Pandemia aparte, ¿cuál diría que ha sido para usted la mayor dificultad de esta película?

–El pincel fino. Porque el pincel grueso, o sea, las carreras, las persecuciones, la ambientación de época, la parte de thriller y de espectáculo, todo eso está muy bien y es trabajoso y difícil y apasionante, aparte de complicado. Pero a mí me preocupaba sobre todo el pincel fino, conseguir transmitir la complejidad, la belleza, la tristeza de esa peculiar y bellísima historia de amor entre Nacho, Tere y Zarco. Ese es el motor de la historia y yo quería que llegara de verdad, que emocionara. Es aquello por lo que me metí a hacerla, y sinceramente estoy tremendamente orgulloso del resultado.

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