Pinocho | Crítica

A medio camino entre lo sentimental y lo oscuro

'Pinocho' regresa en la versión de Matteo Garrone.

'Pinocho' regresa en la versión de Matteo Garrone.

Storia di un burattino y Le avventure di Pinocchio fueron publicadas por Carlo Collodi en la revista infantil Giornale per i bambini entre 1882 y 1883 con excelentes ilustraciones de Enrico Mazzanti, aunque las mejores y más famosas que definirán al personaje y su universo con una mayor proyección internacional son las dibujadas en 1911 por el genial ilustrador Attilio Mussino para la edición italiana de 1911. Hasta el punto de que, si Collodi fue el padre, Mussino fue llamado "el tío de Pinocho".

El cine se interesó por este personaje desde 1911 con la película de Giulio Antamoro protagonizada por el gran actor y director francés Ferdinand Guillaume que desarrolló su carrera en Italia bajo los nombres de Tontolini y Polidor (adorado por Fellini, le confió los papeles del monje en Las noches de Cabiria y del clown en La dolce vita y Otto e mezzo). La versión cinematográfica más famosa fue la de Disney en 1940, obra maestra injustamente acusada de ablandar la historia original (lo que por otra parte era oportuno dada la dureza de algunos pasajes de la obra original que, por otra parte, perviven en ella). En total ha sido llevado más de 50 veces al cine o la televisión. Interpretada por actores sobresale la miniserie realizada en 1972 por Luigi Comencini con un reparto de lujo –Nino Manfredi, Gina Lollobrigida, Vittorio de Sica y unos extraordinarios Franco Franchi y Ciccio Ingrassia como el zorro y el gato–, un conmovedor Pinocho interpretado por el niño Andrea Balestri y una excepcional banda sonora de Fiorenzo Carpi. Y se esperan nuevas versiones: Guillermo del Toro prepara una en stop-motion que supongo oscura y Robert Zemeckis otra, dentro de la mala política de Disney de rehacer con actores reales sus éxitos animados, que supongo más clara.

Esta versión del interesante pero irregular Mateo Garrone –que va y viene de la comedia (Verano romano), a la más desgarrada crónica social (Gomorra, Dogman) o la fantasía (El cuento de los cuentos)– no supera la de Comencini pero no carece de interés en su tratamiento visual barroco. Su propósito es aunar su mundo mágico –presente en la citada El cuento de los cuentos– y su gusto por el hiperralismo lindante con el tremendismo, lo que le lleva a aproximarse al original de Collodi y a su primer ilustrador. No es por ello una película para niños, pero tampoco el cuento original lo es. La mezcla, tan de Garrone, de hiperrealismo sucio y oscuro onirismo no acaba de funcionar. Da fuerza visual, pero resta emoción. Los dos ejes dramáticos del relato –el amor paternal de Gepetto y la voluntad de la marioneta por ser un niño real– no logran alcanzar la fuerza emocional necesaria. De alguna manera este Pinocho se queda a medio camino: ni es tan tierno y emocionante como la historia del amor de un padre que se fabrica un hijo de madera y la del hijo marioneta que quiere ser humano, ni desarrolla las líneas duras que el relato original autoriza a explorar. Hay un poco de las dos cosas pero no lo suficiente de ninguna de ellas.

La presencia de Benigni (que fracasó y arruinó su carrera –además de a los productores– condenándose a un parón de 15 años al dirigir e interpretar otra versión del cuento en 2002) es inteligente y cruel por parte de Garrone. Me recordó la aparición de Von Stroheim en Sunset Boulevard.

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