Maria Chapdelaine | Crítica

Excelente versión de una obra maestra

'Maria Chapdelaine' adapta al cine un clásico de la literatura canadiense.

'Maria Chapdelaine' adapta al cine un clásico de la literatura canadiense.

Fuera del ámbito francófono quizás no se tenga idea de la importancia de la novela Marie Chapdelaine (hay edición española en Editorial Renacimiento con prólogo de Alberto Insúa). Es un clásico monumental que los franco canadienses consideran piedra angular de su literatura aunque en realidad su autor, Louis Hémon (1880-1913), fuera francés y solo residiera en Canadá sus dos últimos años de vida. Allí escribió esta novela que se publicó tras su temprana muerte accidental a los 32 años, primero por entregas en el diario Le Temps (1914) y después en volumen en Montreal (1916) con una acogida discreta. Fue su publicación en Francia en 1922 por la editorial Grasset la que la convertirá en un éxito extraordinario, durante muchos años el libro francés más vendido y traducido.

También fue el cine francés quien se interesó por ella dado su enorme éxito editorial: fue filmada en 1934 por Julien Duvivier con Madeleine Renaud como intérprete del poderoso personaje que le da nombre, en 1950 por Marc Allegret con Michèle Morgan y en 1983 por Gilles Carle con Carole Laure. Ahora es una producción canadiense, por fin, tras haberse adaptado allí varias veces a la televisión pero nunca al cine, la que adapta este clásico del que Canadá se ha apropiado no sin razones porque, entrenado por su pasado como periodista, Louis Hémon supo captar en su breve estancia la esencia, luchas, sacrificios y aspiraciones de una parte del país.   

La dirige Sebastien Pilote, hasta ahora dedicado a retratar el decaimiento económico y humano de comunidades canadienses, tema de El vendedor (la crisis de un pueblo tras el cierre de una fábrica), El desmantelamiento (un granjero ha de desprenderse de sus tierras) y La desaparición de las luciérnagas (la vida en una pequeña ciudad industrial venida a menos). Lo que supone un giro radical en su carrera: pasar de las zonas más decaídas del Canadá de hoy y de los personajes amargados o deprimidos a las bravas, duras y limpias vidas de los pioneros que a principios del siglo XX luchan por su supervivencia enfrentándose en el norte de Quebec a una naturaleza tan hermosa y espectacular como dura cuando son las ciudades y la industria quienes llaman a la mayoría.

Pese a desarrollarse en el nacimiento del siglo pasado el relato parece pertenecer a mundos más remotos tanto por lo extremo de la lucha en parajes vírgenes como por la limpieza de corazón, valor y fuerza de los protagonistas. Especialmente de su personaje central, una adolescente precozmente madurada por las duras condiciones de vida, inteligente y valerosa. Con un espléndido uso dramático del paisaje como elemento determinante de las vidas de los protagonistas, Sebastien Pilote da auténtica vida a los personajes, a sus trabajos, sus esfuerzos, sus esperanzas, con un ritmo no lento, lo que sería un defecto, sino pausado, lo que es una virtud (más aún en los tiempos cinematográficos que corren) que imprime seriedad, nobleza y profundidad humana a la película. Hay una fascinación por la naturaleza con toda su salvaje belleza, y un sincero aprecio hacia los personajes y singularmente hacia su protagonista, muy bien interpretada, con una contención que no impide el desborde puntual de la emoción, por la joven debutante Sara Montpetit. La confianza en la imagen del director limita los diálogos sin que ello le impida profundizar en los caracteres. Y este es uno de sus aciertos mayores porque permite a la película reflejar la fuerza poética de la novela de la que, en el prólogo escrito en 1923 para su primera edición española en la editorial Rivadeneyra, escribió Alberto Insúa: "Es un poema en prosa, suave y cándido como los de Longfellow, aunque fortalecido por una visión profunda y panteísta del paisaje". No sería una mala descripción de esta película.

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