Voces | Crítica de cine

Mis terrores favoritos

Experimentado ya como cortometrajista (Behind, Cariño), el algecireño Ángel Gómez Hernández debuta en el formato largo con un ejercicio de síntesis y homenaje a todos esos gestos y lugares comunes del género de terror que han mantenido su vigencia y su atractivo para el gran público década tras década, incluso en estos tiempos de deriva autorial (Peele, Aster, Eggers…), sobre materiales de sobra conocidos y manipulados.

La apuesta de Gómez es, empero, más clásica y ortodoxa, a saber, hace pasar su drama por los peajes habituales de la familia en crisis, la casa encantada, los fenómenos paranormales y los secretos bajo el sótano, lo que no resta empero cierta efectividad a la hora de manejar unos resortes estilísticos de probaba eficacia con unas formas económicas y sobrias, apenas salpicadas por un excesivo volumen sonoro y por ocasionales salidas de tono que parecen impuestas por la producción.

Con un primer tercio ejemplar en su planteamiento y escalada de tensión, cerrado con un episodio trágico que marca la diferencia, Voces se adentra luego en una resultona variante local de aquella Poltergeist ochentera, con un Ramón Barea micro en mano capaz de hacernos creer en lo increíble y lo invisible, para entregarse en su tramo final a un particular tren de la bruja, este sí ya bastante pasado de rosca y no del todo conseguido en su desdoblamiento de acciones paralelas, y replegarse con uno de esos cierres cíclicos con sorpresa (no tanta) y dron de alejamiento.

Ahí donde Barea sostiene con pasmosa credibilidad a su personaje-cliché, Rodolfo Sancho tiene ya más problemas como padre atormentado, aunque no se le podrán negar los esfuerzos por trabajar la contención. Voces resulta así un filme tan entretenido y preciso por momentos como desigual y desaforado en otros, una estimable carta de presentación en todo caso que augura páginas futuras de buena salud para el género nacional.