Tres caras | crítica

Panahi y la mujer iraní

La prisión, el arresto domiciliario y la prohibición de hacer películas no parecen haber achantado al iraní Jafar Panahi (El globo blanco, El círculo), más bien al contrario, han forzado su mirada hacia nuevos derroteros que parten precisamente de las limitaciones de espacio y medios de producción para desplegar nuevas búsquedas, formatos y dispositivos a través de los que seguir tomando el pulso a la falta de libertades y el clima de opresión político-cultural de su país en la última década.

Del rodaje del filme imaginario de This is not a film al periplo en automóvil de Taxi Teherán, su cine se ha depurado hacia lo esencial en una variante de la auto-ficción de calado social que esconde siempre una mayor complejidad de la que sus imágenes aparentemente nítidas y la sencillez de sus historias pudieran hacer pensar.

La premisa de Tres caras, premio al mejor guion en Cannes, es fácil de sintetizar: el propio cineasta y la conocida actriz Behnaz Jafari viajan en coche a la región rural del noroeste del país en busca de una joven aspirante a actriz que ha mandado a la segunda un vídeo en el que anuncia su suicidio. Como tantas veces hemos visto en el cine del maestro Kiarostami, cuyas imágenes y modos resuenan aquí con fuerza, el coche se convierte en el dispositivo en movimiento no sólo para la estructura indagatoria de la road movie, sino también como foco de observación, encuadre y encuentro con los personajes locales que poco a poco van configurando el discurso polifónico y digresivo que va enriqueciendo y matizando la tesis del filme.

Un discurso que pone el dedo sin apretar demasiado, con empatía y humor incluso, en la herida machista de la sociedad iraní, en el rechazo a la libertad de la mujer para ser actriz o, simplemente, para elegir su propio camino, a partir de conversaciones, rituales y gestos que van revelando, entre lo construido y lo encontrado, la estructura social en profunda fase de involución desde los días de la Revolución islamista.

Siempre en el riesgo de la excesiva conceptualización de la mirada en pro de esa verdad latente, Tres caras nos ofrece sin embargo algunos hermosos destellos de lirismo desde la distancia, desde el sueño incluso: de la imagen de una mujer ante una tumba iluminada en la oscuridad a las sombras fantasmales de las tres actrices de tres generaciones distintas que bailan en una casa lejos de la mirada del propio cineasta, (auto)apartado de esa habitación propia en la que no le corresponde ya ni estar ni observar.