La canción de los nombres olvidados | Estreno en Netflix

Kadish por la memoria

El joven Luke Doyle en una imagen de 'La canción de los nombres olvidados'.

El joven Luke Doyle en una imagen de 'La canción de los nombres olvidados'.

La canción de los nombres olvidados fue una de esas películas que se quedaron literalmente colgadas en la cartelera tras el cierre de los cines el 14 de marzo como consecuencia del Estado de alarma. Dos meses más tarde desembarca en Netflix para confirmar la especialización de su director, el canadiense François Girard, en ese cine de formas académicas, origen literario y relatos ambiciosos fuertemente marcados por el componente musical o ambientados en el mundo de la música clásica, como ya había demostrado antes en El violín rojo, El coro o el documental Sinfonía en soledad, sobre Glenn Gould.

Basado en la novela de Norman Lebrecht, su nuevo filme nos traslada a tres tiempos distintos entre la Segunda Guerra Mundial, el año 1951 y mediados de la década de los 80, tiempos que intentan anudar el misterio de la desaparición de un prodigioso joven violinista polaco criado en adopción con una familia británica tras la invasión nazi de su país. La pesquisa más contemporánea de su búsqueda activa tramas alternas que nos muestran su llegada a la familia, la relación conflictiva con el hijo de ésta y el momento de su desaparición justo cuando iba a presentarse en sociedad en un concierto.

Una investigación personal y expiatoria en la que un contraído y parco Tim Roth viaja por Inglaterra, Polonia y Estados Unidos siguiendo pistas muy bien trazadas por un guion de hierro, pasmosas casualidades, diálogos reveladores y cierta asepsia formal en la que prima siempre la recreación de época y ambientes sobre cualquier otro gesto de puesta en escena. A la postre, La canción de los nombres olvidados busca su previsible catarsis emocional revelando poco a poco la gran tragedia del siglo, el sufrimiento y la muerte en los campos de exterminio (Treblinka) y las consecuencias y traumas en los supervivientes. En su epicentro, la canción del título, en torno a la que Howard Shore crea una extraordinaria banda sonora que se cuenta entre lo más destacable del filme, rememora uno a uno en forma de kadish los apellidos de todas aquellas familias judías asesinadas.