Un nuevo mundo | Crítica

¡Es el mercado, idiota!

Vincent Lindon, gerente en apuros en 'Un nuevo mundo', de Stéphane Brizé.

Vincent Lindon, gerente en apuros en 'Un nuevo mundo', de Stéphane Brizé.

Un nuevo mundo cierra la trilogía de Brizé sobre el mundo del trabajo protagonizada por Vincent Lindon, aquí en el papel de gerente de una fábrica francesa de una empresa multinacional donde en La ley del mercado era un desempleado y en En guerra interpretaba a un líder sindical.

El director confía así en el gran actor francés y su solvencia para moverse a uno y otro lado del espectro del ámbito laboral, aunque a la postre sus tres personajes respiran por un mismo perfil de honestidad, dignidad y valores firmes en las situaciones más extremas. La de Un nuevo mundo pone a nuestro gerente en el difícil escollo de asumir órdenes directivas y recortar plantilla al tiempo en que su veterano matrimonio se desmorona y su hijo menor sufre una crisis psiquiátrica.

Concebida en grandes bloques y escenas largas donde brillan los intérpretes, los diálogos y la tensión oscilante y reveladora desde la puesta en escena, la película progresa sobre los movimientos estratégicos y dilemas morales de un tipo cada vez más acorralado al que Brizé prefiere restituir como último héroe sacrificial de un sistema implacable que sólo se mueve ya por los márgenes de beneficios y los bonus, a saber, por la más dura ley del mercado.

Más efectiva en su denuncia política que en sus propios márgenes dramáticos, a los que se ven tal vez demasiado los hilos de la vieja dialéctica y una salida redentora, sostenida siempre por la tensión física y moral de Lindon y el no menos poderoso contraplano actoral de sus oponentes, Un nuevo mundo funcionará bien junto a sus predecesoras en fórums sobre la deriva, los efectos y daños colaterales del capitalismo tardío.