Saint Maud | Crítica

Siniestros actos de fe

Una  de las inquietantes imágenes de 'Saint Maud'.

Una de las inquietantes imágenes de 'Saint Maud'.

El primer, premiado y estimable largometraje de la británica Rose Glass se despliega como relato de terror psicológico con sello de autor marcado por la atmósfera pesada y grisácea de un pueblo costero del Mar del Norte y el minimalismo de sus elementos narrativos, un relato protagonizado por una enfermera solipsista y trastornada (Morfydd Clark) que se comunica con Dios en gaélico y cree tener una misión divina que pasa por salvar el alma condenada de la ex–bailarina desahuciada (Jennifer Ehle) a la que cuida en su caserón de la colina.

Entre visiones que remiten a las ilustraciones de William Blake y destellos y brotes de lo fantástico-siniestro bastante bien dosificados, Saint Maud se hace fuerte y original en su parsimonioso y sólido retrato de una mujer paulatinamente enajenada, en el juego de ambigüedad entre una realidad plomiza, sucia y prosaica y los perturbados estados mentales y místicos que la iluminan y atormentan, materializados en un poderoso imaginario entre el delirio, la brutalidad y el éxtasis y acompasados por una estupenda banda sonora de Adam Janota Bzowski que recuerda a la mejor Mica Levi.