Girasoles silvestres | Crítica

Abre la puerta, niña

Oriol Pla y Anna Castillo en una imagen de 'Girasoles silvestres'.

Oriol Pla y Anna Castillo en una imagen de 'Girasoles silvestres'.

Ha sido el propio Jaime Rosales quien se ha encargado de anunciar que, con los Girasoles silvestres, su séptimo largo, pretende dar un giro a su cine para suavizar sus formas y su narrativa, por lo general bastante rigurosas, en busca de públicos más amplios. También que esta nueva película pretende ser “un estudio de la masculinidad desde la mirada femenina”.

Se diría que el cineasta se suma a la agenda oficial de denuncia de ciertos comportamientos machistas en la “sociedad patriarcal” al tiempo en que, para contarlo, se desprende de dispositivos tan férreos que condicionen la transparencia o la pegada del relato.

Podemos entenderlo como claudicación o como legítimo gesto de cambio, pero lo cierto es que su película se ve por momentos con la misma distancia o altura sobre sus personajes que otras anteriores, esa Petra trágica sin ir más lejos. Por más que lo intente, a Rosales le cuesta empatizar con sus criaturas, estar con ellas, pegarse realmente a su clase, sus cuerpos, su mirada y sus problemas, que son aquí todos los que pueden derivarse de un personaje femenino fuerte y decidido en la adversidad frente a unos hombres que, en sus tres variaciones, de Barcelona a Melilla, representan la violencia o el maltrato, la irresponsabilidad y la inmadurez o, en última instancia, la cobardía reconducida en revelación.

Así, el periplo de Julia (Anna Castillo) frente a ellos se nos antoja siempre impuesto por el guion y sus grandes elipsis en su voluntad de visibilizar cómo, en un entorno de clase obrera, sus decisiones, siempre basadas en su condición enamoradiza y pasional, se encuentran uno tras otro el obstáculo de unos hombres que, a excepción de la figura del padre, nunca parecen estar a su altura de madre responsable y mujer deseante.

Es cierto que, a pesar de algunos experimentos musicales con Triana, Rosales se invisibiliza ahora más en la puesta en escena, naturalista y flexible, atenta al paisaje y su topografía, pero esa voluntad de acercarse al gran público sigue pasando a la postre por unas estrategias de hierro que enfrían, tensan o teorizan demasiado la realidad del mundo retratado.