El callejón de las almas perdidas | Crítica

El diván de los monstruos

Cate Blanchett y Bradley Cooper en una imagen de filme de Guillermo del Toro.

Cate Blanchett y Bradley Cooper en una imagen de filme de Guillermo del Toro.

Definitivamente instalado en la nostalgia del cine, sus espejismos, monstruos y fantasmas, Guillermo del Toro reanuda su visita a la mitología clásica hollywoodiense con este remake de un viejo título de la Fox dirigido en 1947 por Edmund Goulding y protagonizado por Tyrone Power, un filme próximo a la serie B basado en la novela de W.L. Gresham que a buen seguro será ahora rescatado de su olvido.

Su versión neobarroca revista con todo lujo de detalle la estética del noir y el paisaje (cerrado) de esa Norteamérica dual de la segunda preguerra, la del interior rural de los circos y carnavales itinerantes para solaz de las clases populares, y esa otra del art-decó y el interiorismo de vanguardia de los hoteles y salones de lujo, para abordar el ascenso y caída de un paria que ve en su autoconsciente escalada de engaños y estafas el camino para sublimar y sobreponerse a ese gran trauma que lo acompaña como leitmotiv que atraviesa el filme.

Estamos, por tanto, en un territorio de mitos, símbolos y estereotipos, ante unos paisajes de segunda mano tras los que resulta difícil encontrar conexiones con el presente más allá de posibilismo digital para la recreación de una época soñada y un estilo altamente codificado que marcan el rumbo de un filme donde pesa más el diseño, siempre pulcro y preciso cuando se trata de Del Toro, que el devenir, las motivaciones y el verdadero peso dramático de unos personajes que, en la piel de Cooper, Blanchett, Colette o Mara, no dejan de parecer bellas carcasas y máscaras maquilladas ante el rumbo trágico de la historia.

Tan moroso en su presentación carnavalesca como presto en su resolución circular, el nuevo filme del director de El laberinto del fauno y La forma del agua absorbe sus numerosas referencias y guiños genéricos, siendo Freaks de Browning el modelo más obvio, para mover los hilos de una historia donde el psicoanálisis, lo grotesco y lo monstruoso, aquí mostrado en sordina aunque con puntuales explosiones violentas, aspiran a caminar de la mano sobre un fondo de ruinas y apariencias donde el ilusionismo o la fe en el más allá no dejan de ser distintas formas de autoengaño para pobres, ricos y fracasados.   

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