Edén | Crítica

El club de los suicidas antipáticos

Marta Nieto y Charlotte Vega en una imagen del filme.

Marta Nieto y Charlotte Vega en una imagen del filme.

Si este debut de Estefanía Cortés pretendía abrir debate o hacer reflexionar sobre el suicidio (asistido), la eutanasia y la muerte, es sin duda un filme fallido. Revestido de las formas de cierta ciencia-ficción distópica (a lo Ex-Machina) y ambientado en un aséptico balneario de diseño en las montañas, Edén reúne a cuatro personajes en espera de la muerte programada a través de uno de esos pactos clandestinos (esto no es Suiza) mediante los cuales el cliente acepta unos determinados protocolos previos al momento final.

Cuatro personajes, una mujer de mediana edad (Nieto) y otra joven (Vega), un hombre adulto (Elejalde) y otro mayor (Barea), cada cual con sus misterios, angustias y razones, que departen en tono susurrado y cierta tendencia a la mala cara y el gesto desabrido en las que se suponen son sus últimas horas. A falta de mejores recursos en la escritura, el trazado de los tipos o el montaje, por momentos caprichoso, Cortés sigue el decálogo del aspirante a autor contemporáneo trabajando la singularidad del espacio como marco para la puesta en escena, pero lo que se pretende trascendente o grave acaba por convertirse en pretencioso y vacuo a golpe de insistencia, estatismo, silencios y miradas perdidas.

Consumida en su diseño artificial, Edén se distancia poco a poco del componente humano de su asunto para mirarse demasiado el ombligo y el de unas criaturas que, a excepción de la que interpreta Ramón Barea, parecieran robots de laboratorio en una triste función de teatro existencialista pasado de moda.