Contando ovejas | Crítica

La mala comunidad

Natalia de Molina y Eneko Sagardoy en una imagen de 'Contando ovejas'.

Natalia de Molina y Eneko Sagardoy en una imagen de 'Contando ovejas'.

El primer largo de José Corral Llorente adolece de todos los problemas derivados de su condición híbrida, sus excesivas autolimitaciones, su indefinición genérica o su carácter de co-producción hispano-argentina. Por un lado, el filme mezcla imagen real y animación stop-motion en un intento de proyectar las aficiones, las fantasías y la locura de su protagonista, un apocado encargado del mantenimiento de un viejo y ruinoso edificio del que nunca saldremos. Por otro, se mueve entre la comedia grotesca y el thriller sin que sepamos nunca muy bien por cuál de los tonos se decanta y sin que su tedioso ritmo ayude a despejar la duda. Por último, un elenco mixto responde una vez más a las imposiciones de la co-producción que a las propias necesidades dramáticas o la credibilidad de los personajes.

Así, Contando ovejas se hace realmente exasperante en su viaje por una psique atormentada que dialoga con sus propias criaturas de trapo, en las vejaciones diarias a las que se ve sometido su protagonista (Eneko Sagardoy) en un espacio limitado, en su retrato caricaturesco de la farándula nocturna y drogadicta y, por supuesto, en su delirante deriva criminal dispuesta a redimir a un trastornado tan servicial como imaginativo.

La presencia de Natalia de Molina en un papel florero o de Manolo Solo poniendo voz al carnero cómplice de los desmanes de nuestro protagonista, no mejora precisamente las cosas.