Benedetta | Crítica

Lujuria en el convento

Virginie Efira es la Benedetta de Paul Verhoeven.

Virginie Efira es la Benedetta de Paul Verhoeven.

Proyecto largamente ansiado por Paul Verhoeven, holandés errante que disfruta de un renovado prestigio de senectud de vuelta al cine europeo tras su glorioso periplo hollywoodiense en los ochenta y noventa (Robocop, Desafío total, Instinto básico, Showgirls), Benedetta adapta la novela de Judith C. Brown sobre el caso ‘real’ de una monja que puso patas arriba la vida conventual en la Italia del siglo XVII mientras la peste arrasaba media Europa.

Una historia y una novela que tienen todos esos ingredientes de provocación, incorrección y tono blasfemo tan caros a su cine, que encuentra también aquí, como en la estupenda Elle, una lectura empoderada no ortodoxa que se filtra tras los muros del convento y la jerarquía eclesiástica entre imágenes de ambiguo misticismo, exteriores y escenas de masas de serie de Antena 3 y esas secuencias de lujuria lésbica que, junto a las visiones y sueños, parecen concentrar los mayores esfuerzos de puesta en escena del director de Delicias turcas frente a la rutina o la desgana con la que despacha el resto de materiales dramáticos.

Es, por tanto, Benedetta un filme fallido y descompensado, incapaz de trasladar a sus imágenes esa frontera incierta entre la fantasía irreverente y lúbrica, la espiritualidad como mascarada o ensoñación febril y el mensaje político que pretende esculpir en el cuerpo turgente y los estigmas de una Virginie Efira tal vez demasiado contemporánea para su personaje, una monja arribista que juega las bazas de lo profético mientras se da a los goces de la carne con la novicia salvaje recién llegada a la casa del Señor.

Un filme fallido además en su incapacidad de teñir de verdadero humor negro marca de la casa unos materiales siempre en el límite del exceso (véase el desenlace en la plaza del pueblo), donde los paralelismos con Juana de Arco, las visiones del éxtasis entre lo divino y lo demoniaco o su lectura en clave actual sobre la corrupción y la hipocresía del poder y la emancipación femenina se quedan siempre en la superficie de lo explícito, cuando no de lo banal.