Crítica de cine (SEFF 2017)

Un cine febril y alucinado

Daniel Giménez Cacho protagoniza 'Zama', el último trabajo de la argentina Lucrecia Martel.

Daniel Giménez Cacho protagoniza 'Zama', el último trabajo de la argentina Lucrecia Martel.

La Historia como alucinación, la América conquistada como antiépica, el espacio del plano (y su off) como prisión mental, el sonido, siempre el sonido en la regresada Martel (La ciénaga, La niña santa, La mujer rubia), como paisaje denso y extrañado cargado de tramas y matices.

Como en Jauja, de Lisandro Alonso, se trata aquí de reescribir el pasado colonial, su ocaso y su barbarie en una nueva forma del presente, lejos de la sobrevalorada reconstrucción realista (no obstante, todo es auténtico aquí), a mitad de camino entre el sueño, la pesadilla y la alucinación.

A partir de la novela de Antonio di Benedetto, Martel se fija en la figura del turbio corregidor del reino de España en Argentina Don Diego de Zama (un soberbio Daniel Giménez Cacho de ojos inyectados de sangre) para escrutar, a orillas del río Paraná en la Asunción de finales del XVIII, la deriva de una experiencia física, sensorial y existencial, en una materia cinematográfica táctil y sonora, que se huele incluso, para dar cuenta de una derrota, de la asunción de un fracaso, de una espera interminable, de un ciclo perpetuo y repetitivo de ataduras, deseos sexuales frustrados y fantasmas.

Las suaves melodías lounge de Los Indios Tabajaras irrumpen fuera de tiempo para extrañar, densificar y actualizar aún más ese espacio cerrado, suspendido y asfixiante, como lo hacen también los juegos de voces subjetivas o esos sonidos alienados que se superponen a la imagen.

Nuestro Diego de Zama, mirón enfebrecido, ansioso de un nuevo traslado y ninguneado por todos, encuentra su involuntaria Némesis de supervivencia en ese Vicuña Porto de resonancias míticas que lo saca por fin a campo abierto en el último y portentoso tramo del filme, en una misión suicida y mortuoria, a transitar por esos hermosos cuadros de palmeras color verde lima y cielos fordianos, por esas llanuras sonámbulas y esas orillas fluviales donde sólo queda esperar ya la última flecha envenenada, la última traición, el definitivo y certero machetazo.

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