Salir al cine | Balance cine español 2022

El año de las maravillas

  • Del Oso de Oro de ‘Alcarràs’ a la excelencia de títulos como ‘Pacifiction’, ‘Suro’ o ‘Mantícora’, el cine español de 2022 se cierra con un alto nivel de calidad y diversidad a las que le sigue fallando la taquilla

Un año que se abre con un Oso de Oro (Alcarràs, de Carla Simón) que no se conseguía desde 1982 que se ve además refrendado por el público nacional (2,5 millones de euros recaudados), que tiene en su ecuador el acontecimiento internacional de Pacifiction, de Albert Serra, aclamada en Cannes y mejor película del año (lo es también para quien firma) para Cahiers du cinéma, y el estreno veraniego de la deliciosa Tenéis que venir a verla, de Jonás Trueba, un año que ha visto cómo Gonzalo García Pelayo completaba su proyecto de 10+1 películas y que se cierra con títulos del nivel de La maternal, de Pilar Palomero, Suro, estimulante debut de Mikel Gurrea, o la perturbadora Mantícora, de Carlos Vermut, no puede sino catalogarse como excelente.

Súmenle a estos títulos el consenso crítico casi generalizado (no es nuestro caso) y el buen recibimiento en taquilla (2 millones de euros) del thriller rural As bestas, de Rodrigo Sorogoyen, que también pasó por Cannes y aspira a ser el gran vencedor de los próximos Goya; la solidez confirmada por algunos autores consagrados como Isaki Lacuesta (Un año, una noche), Jaime Rosales (Girasoles silvestres) o Fernando Franco (La consagración de la primavera); el buen recorrido de cintas como Cinco lobitos, de la también debutante Alauda Ruiz de Azúa, gran vencedora en Málaga y también firme candidata a los Goya; la sensible y original mirada de Dúo, de Meritxell Colell, La voluntaria, de Nely Reguera, El agua, de Elena López Riera, o Secaderos, de Rocío Mesa; la pujanza y fortaleza del cine de género en títulos como Cerdita, de Carlota Pereda, La abuela, de Paco Plaza, Jaula, de Ignacio Tatay, Modelo 77, de Alberto Rodríguez, o el musical Voy a pasármelo bien, de David Serrano; el digno término medio de títulos como Una casa entre los cactus, de Carlota González-Adrio, No mires a los ojos, de Félix Viscarret o Vasil, de Avelina Prat; y la consolidación de Alberto Vázquez como uno de los autores de referencia de la animación para adultos internacional (Unicorn wars), y podremos concluir sin demasiadas dudas ni peros que 2022 ha sido uno de los años más ricos, variados y, sobre todo, con calidad contrastada de un cine español que, a pesar de todo, sigue sufriendo en taquilla y aún tiene que salvar a diario el duro escollo de la opinión pública que antepone demasiados prejuicios a la realidad plural y el verdadero valor de sus producciones.

Las cifras de 2022 a mediados de este mes de diciembre arrojan una taquilla nacional cercana a los 75 millones de euros, aún bastante por debajo de los números previos a la pandemia (más de 100 millones) aunque superiores a los de las aciagas temporadas 2020 y 2021. Según datos de Europa Press, hasta la fecha han sido 12,4 millones de españoles los que han acudido a ver nuestras películas a las salas, especialmente tres títulos, la tercera entrega de Padre no hay más que uno, de Santiago Segura, el único director que parece dar una y otra vez con una fórmula fiable en su explotación de lo popular-populista, la también tercera entrega de la franquicia de animación Tadeo Jones, y Los renglones torcidos de Dios, de Oriol Paulo, otro curioso fenómeno (algo anacrónico) que demuestra la profesionalidad en la manufactura de productos de género para el mercado internacional (Netflix).

Pero hay más. Si muchas de las cintas mencionadas consolidan una cierta vertiente autorial integrada ya dentro del cine industrial (el propio Jaime Rosales abrazaba abiertamente el deseo de llegar a públicos más amplios en su promoción de Girasoles silvestres), 2022 también ha sido un buen año para ese otro cine español que hace apenas una década surgía como socorrida etiqueta de resistencia y verdadera independencia en los márgenes y que tiene en los festivales sus principales escaparates de visibilidad y recorrido.

Títulos como Una de percebes en el Hurtado, el documental en primera persona sobre la deriva nacional del último gran francotirador y cada vez más lúcido cronista de nuestro tiempo que es Pablo Llorca, una película prácticamente invisible y sin estreno comercial como casi todas las suyas, Sóc vertical pero m’agradaría ser horitzontal, el delicioso mediometraje de María Antón Cabot que junta a Sylvia Plath y Belén Esteban bajo el skyline de Benidorm, H, de Carlos Pardo Ros, un viaje fantasmal y sensorial por la memoria de unos Sanfermines truncados por la tragedia, La mala familia, de Villar y Rojo, retrato frontal y honesto sobre un puñado de amigos marcados por la delincuencia y la prisión, muchas de ellas vistas en el pasado SEFF, o el hermoso documental ensayístico A los libros y a las mujeres canto, de María Elorza, donde se anudan el retrato de tres mujeres y la pasión bibliófila, son una buena muestra de ese cine heterogéneo y libre que aún persigue nuevos caminos y lenguajes sin buscar necesariamente la aclamación popular, los premios o la rentabilidad de la taquilla.