La intervención | Crítica

El espectáculo de la masacre

Inspirada, que no basada, en hechos reales, a saber, el secuestro en 1976 de un autobús escolar en Yibuti, por entonces colonia francesa, por parte de un grupo terrorista que pretendía la anexión del país a la fronteriza Somalia, La intervención se organiza como el clásico film de género en torno a las tensiones, la espera, el suspense y la camaradería militar en el intento de resolver una situación límite.

Un filme de ambiguo mensaje que no termina de dejar clara su posición respecto a unos y a otros, a saber, trazando con brocha gorda a los secuestradores y sus motivaciones de independencia al tiempo en que se muestra condescendiente con un grupo de rescate de elite que se ha saltado todos los mandos y jerarquías para actuar por su cuenta.

En medio de la línea de tiro y de las peleíllas entre mandos, políticos y especialistas, los niños y su maestra americana (Olga Kurylenko) ocupan un papel prácticamente accesorio en una estirada batalla de testosterona, toma de decisiones y psicología bélica de baja estofa para llegar a ese punto culminante del fuego cruzado y los tiros en la cabeza en el que Fred Grivois parece sentirse por fin bastante a gusto, casi a la manera de un diseñador de vídeo-juegos de guerra, acción y punto de vista.

Los rótulos finales sobre el no reconocimiento a las víctimas y la labor ‘pacificadora’ de este grupo especial de la Gendarmería en posteriores conflictos internacionales poco importan ya salvo para acrecentar la confusión sobre el discurso moral de un filme atrapado entre su tenue voluntad de denuncia y su denodado afán por espectacularizar la masacre.