De la India a París en un armario de Ikea | Crítica

El primo hindú de Amélie

De buenas intenciones e ingenuidad están las arcas de los productores y las sepulturas de la historia del cine llenas, y De la India a París en un armario de Ikea no es precisamente, el título ya avisa, de las que disimulan una cosa y la otra en su formato de feel-good movie de diseño globalizado.

Se trata aquí, en explosión colorista y pop, de contar un cuentecito (basado en la novela de Romain Puértolas) a propósito de la inmigración, los refugiados, la buena fe y la esperanza, pero siempre de buen rollo, sin molestar a nadie, como una aventurilla ligera y amable protagonizada por un niño indio pillín luego devenido simpático timador que nos lleva por la Europa de las franquicias, de París a Barcelona, de Londres a Roma, pasando por Libia y el tránsito mediterráneo, en aras de un amor interracial a primera vista (sic) y un mensaje de concordia que nos saque de la sala con una sonrisa tonta.

Co-producción entre India, EE.UU, Francia y Bélgica protagonizada por el carismático Dhanush y con presencia de algunos rostros conocidos (Bérenice Béjo, Gérard Jugnot), la cinta de Ken Scott vuelca sus tiernas intenciones y su intrascendente magia fabuladora en una historia que tiene demasiada prisa por pasar de un decorado a otro para dejar caer su humor blanco sobre el mobiliario de Ikea, los pobrecitos inmigrantes sin papeles y sus condiciones de vida en los campos de refugiados entre las fronteras líquidas de una Europa de postal turística en la que los policías aduaneros se arrancan a cantar o en la que Ibiza es la novena provincia andaluza.