Cuatro manos | Crítica

Interesante 'thriller' psicológico

Una imagen de la película.

Una imagen de la película.

Se me ha venido el Robert Aldrich de ¿Qué fue de Baby Jane? y Canción de cuna para un cadáver a la cabeza viendo esta película. Quizás porque parte de un antiguo trauma para, años después, centrarse en la relación tóxica entre dos hermanas (pese a que en la segunda película Davis y De Havilland eran primas). Aunque no tiene las atmósferas grandguiñolescas y barrocas de Aldrich. Al contrario: salvo algunas visualmente potentes, pero de breve presencia, muy entroncadas con las atmósferas tradicionales de terror y algunos desahogos visionarios, es muy sobria y calmada en su puesta en imagen. Lo que se agradece.

Pero el pasado que infecta el presente y la relación que ata una hermana a la otra tienen el tono de claustrofóbica pesadilla obsesiva que tanto gustaba a Aldrich. También puede recordar a Hermanas de De Palma, salvo para sus fans sólo recordable por su banda sonora de Bernard Herrmann, e incluso a esa joya no debidamente recordada que es El otro de Robert Mulligan.

Porque este buen thriller psicológico coquetea con el terror y bordea lo fantasmal. O, si lo prefieren, es un thriller interpretable a la luz de esta frase del Evangelio de San Marcos con la que Jesús se adelantó 20 siglos al psicoanálisis: "Nada hay fuera del hombre que entre en él, que le pueda contaminar; pero lo que sale de él, eso es lo que contamina al hombre".

De niñas presenciaron el asesinato de sus padres. Una hermana prometió cuidar de la otra. La promesa se convirtió en una condena porque la protectora vive obsesionada por lo que sucedió y la protegida procurando olvidarlo. Un equilibrio precario. Que es hecho pedazos por un incidente que no debe relevarse, provocando el caos y el horror. O la locura.

El realizador y guionista alemán Oliver Kienle demuestra buen estilo cinematográfico por su capacidad para crear suspense y terror sin incurrir nunca en facilonerías, con un uso inteligente de los silencios y los primeros planos. Sólo se le puede reprochar algún retorcimiento del guión para jugar con el espectador. Muy buenas interpretaciones de la para mí desconocida Frida-Lovisa Haman y de Friedriche Becht, de la que guardo buen recuerdo como secundaria en Hannah Arendt, en la que interpretaba a la protagonista en su juventud, y en la muy apreciable La conspiración del silencio.

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