Borrar el historial | Crítica

La última batalla contra el capitalismo

Blanche Gardin, Denis Podalydes y Corinne Masieron en una imagen de 'Borrar el historial'.

Blanche Gardin, Denis Podalydes y Corinne Masieron en una imagen de 'Borrar el historial'.

Delépine y Kervern (Louise-Michel, Mammuth) han sabido capturar la vida moderna y el mundo de hoy en esta comedia suburbial de vocación excéntrica, abundantes gags y modos deformantes que retrata en viñetas la deriva desquiciante de la clase media empobrecida en tiempos del capitalismo digital.

Los protagonistas de Borrar el historial, Oso de Plata en Berlín y a concurso en el pasado SEFF, vecinos de un barrio residencial, libran su invisible batalla cotidiana contra la soledad, el hastío y la alienación entre teléfonos móviles, aplicaciones, compras por Internet, series, vídeos de Youtube y claves de seguridad que los atan al consumo compulsivo, la insatisfacción y el endeudamiento perpetuo.

Como si de personajes de un cómic se tratara, con ese aire caricaturesco amplificado por un cierto feísmo aberrante, nuestros tres protagonistas, Gardin, Masiero y Podalydès, acompañados de otros habituales del género como Poelvoorde, Lanners o Lacoste, prestan sus rostros y cuerpos singulares al tono de farsa y autoparodia, que incluye además algún guiño farrelliano para amantes del exceso escatológico.

Sin embargo, la sátira hiperrealista va cediendo a la inevitable búsqueda de redención de unas criaturas saboteadas por su propia torpeza, una redención que los restituya como buenos padres y mejores personas a pesar de todo. Digamos que es entonces, en ese no menos delirante tramo final viajero a los cuarteles generales del algoritmo malvado, cuando la película vende parte de su mordacidad a cambio de la justicia poética.