Crítica 'Cruce de caminos'

Cine negro de pega, falso cine de autor

Cruce de caminos. Drama, thriller, EEUU 2013. 140 min. Dirección: Derek Cianfrance. Interpretación: Ryan Gosling, Bradley Cooper, Eva Mendes, Ray Liotta, Rose Byrne, Bruce Greenwood, Ben Mendelsohn, Dane DeHaan. Guión: Derek Cianfrance, Ben Coccio y Darius Marder.

Derek Cianfrance, que se dio a conocer con éxito en su debut con la discutible Blue Valentine, ha necesitado el extraordinario metraje de dos horas y veinte para contar en Cruce de caminos tres historias que conforman casi tres películas distintas aunque hiladas entre sí argumentalmente y, sobre todo, suturadas por una amanerada estética del fracaso. El gusto de un cierto cine americano por la épica-antiépica del fracaso solo es comparable al gusto de la sociedad americana por la épica del éxito. Es propio de las sociedades opulentas convertir el fracaso en poesía bajo el pretexto de la denuncia o el realismo. Como si fuera un juego que los ricos pueden permitirse. Como los cortesanos de Versalles jugando a disfrazarse de pastores. La estetización de la miseria, la oda al fracaso y la idealización de la derrota han generado una codificación formal y argumental, es decir, de género. Leve y malamente inspirado, por una parte, en el realismo poético francés de los años 30 y, por otra y sobre todo, en el cine negro de los años 40 y 50. Con una especial querencia por ese grandioso príncipe de las derrotas que fue John Huston desde El tesoro de Sierra Madre a Fat City. Pero a años luz de estos ilustres precedentes.

El arranque de Cruce de caminos deja tan clara su pertenencia al género del manierismo de la derrota como la música de Frank Skinner sobre unos títulos de crédito con letra inglesa anunciaba que se trataba de un melodrama romántico. Un barracón de circo en una triste feria de neones. Un tipo tatuado y amargado que mal vive de hacer exhibiciones como motorista. Aparece una antigua amante (una sobreactuada Eva Mendes) con cara de haberlo pasado muy mal en la vida ("¿recuerdas mi nombre?", le dice como saludo). Plano de ambos con el fondo de una noria reluciente de tubos de neón. Entra la música. Estamos, nadie puede dudarlo, en la poesía (barata) de la derrota.

La primera de las tres historias es la de estos dos personajes con aire de Arlequín y Colombina. Tiene un tono de cine negro porque el motorista se mete a atracador de bancos para atender ciertas inesperadas obligaciones familiares. Para no quedarse corto en su galería de derrotados Cianfrance crea un cuarteto dramático formado por el motorista de feria, una hispana, un negro, un mecánico cojo (un buen Ben Mendelsohn) nacido para perder y su vieja perra medio ciega. El motorista es un violento imbécil. Pero la poética de la derrota exige que este indeseable sea un héroe trágico. Vale.

La segunda historia, también jugando al cine negro esta vez en la variante corrupción policial, es la de un policía (un convincente Bradley Cooper) que tras un acto de heroísmo descubre (demasiado tarde, visto el pudridero de su unidad) la hipocresía y corrupción que se ocultan tras las apariencias. Todo resulta tan falso y forzado como la poética de la derrota de la primera parte. Y aun más disparatado argumentalmente. Pero la conversión de un imbécil violento en un héroe trágico exige que sus oponentes, los policías, sean unos sádicos corruptos (aquí interviene Ray Liotta haciendo de malo, como suele) mucho peores que el delincuente. En cuanto al tercer y último episodio... Mejor olvidarlo.

La primera parte parece una caricatura del John Huston de La jungla de asfalto, la segunda del Sidney Lumet de Serpico o La noche cae sobre Manhattan y la tercera… La tercera es una parodia de Paul Thomas Anderson. Rodada con un preciosismo que la delata, une momentos de lograda violencia con otros de una insoportable cursilería y una cargante pedantería de autor. Cascarria seudo adulta envuelta en celofán de colorines con una banda sonora que va del country a Arvo Part.

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