El Papa Francisco: un hombre de palabra | Crítica

El Cielo sobre el mundo

El Papa Francisco, en una imagen del documental que le ha dedicado Wim Wenders.

El Papa Francisco, en una imagen del documental que le ha dedicado Wim Wenders.

Que Jorge Mario Bergoglio hizo historia al ser elegido el primer Papa jesuita y latino es un hecho. Que su pontificado está también haciendo historia por su talante, que está promoviendo lo que algunos llaman una revolución silenciosa (lo primero irritando a los sectores conservadores de la Iglesia y lo segundo a los progresistas) es otro hecho.

También es un hecho que Win Wenders es uno de los grandes directores del renacimiento del cine alemán en los años 60 y 70 (entre 1972 y 1982 estrenó sus aclamadas El miedo del portero ante el penalti, Alicia en las ciudades, Falso movimiento, En el curso del tiempo, El amigo americano, Relámpago sobre el agua y El estado de las cosas) que después alcanzó la maestría tanto en el terreno de la ficción (El cielo sobre Berlín, Llamando a las puertas del cielo y sobre todo su conmovedora Paris, Texas, una de las obras maestras de la historia del cine) como del documental (Tokio Ga, bellísimo homenaje a Yazujiro Ozu, Buena Vista Social Club, Pina, La sal de la Tierra).

El encuentro entre el Papa Francisco y Wenders tenía pues que dar un resultado interesante. Y lo ha hecho. El Papa Francisco: un hombre de palabra es un documental único porque jamás un pontífice se había dejado filmar con tanta proximidad e intimidad, mirando a cámara como se presenta en los momentos más interesantes de la película.

También hay imágenes extraordinarias de sus viajes y audiencias pero estas, aun añadiendo información sobre la personalidad y el mensaje de este Papa –que no es otro que el de Cristo transmitido en el complejo contexto de la globalización, las nuevas desigualdades, el deterioro del medio ambiente, el avance arrollador del nihilismo consumista de masas, el afrontamiento de los graves escándalos de pederastia–, nos son ya familiares gracias a las retransmisiones televisivas.

Lo insólito, aunque no tanto como cuando en 1896 León XIII fue el primer Papa filmado o cuando en 1931 Pío XI se dirigió por primera vez a los fieles a través de la radio, es que un Papa hable al mundo a través de una cámara de cine introducida en su privacidad.

Para Wenders se trata de un punto de avance en una trayectoria existencial y espiritual característica de los jóvenes de los años 60. Formado en el catolicismo y muy religioso en su infancia y primera juventud, perdió la fe –cuenta él mismo, añadiendo que "nunca llegué a creer que el ser humano pudiera existir sin Dios"– al entrar en contacto con las corrientes del existencialismo y sobre en los turbulentos círculos de la extrema izquierda alemana de los llamados años de plomo.

En los 80 regresó a sus inquietudes espirituales –las ya mencionadas Tokio Ga, Paris, Texas o El cielo sobre Berlín lo apuntan– a través de las religiones orientales para finalmente –conmovido por la forma en que su padre, un médico profundamente religioso, afrontó la enfermedad y la muerte– definirse como cristiano ecuménico. Se juega pues mucho en esta película que plantea con tan extrema sencillez como su protagonista exige. Lo que puede desconcertar haciendo pensar en la hagiografía superficial. Pero es lo que exige un Papa definido por la sencillez, la proximidad, el sentido del humor y la misericordia.

Wenders sólo filma documentales sobre lo que le mueve y le conmueve, ya se trate del realizador Ozu (al que define como la cumbre de lo sagrado en el cine), los músicos cubanos, la coreógrafa Pina Bausch o el fotógrafo Sebastiao Salgado. Y está claro que Francisco le atrae e incluso le conmueve. Se le pueden reprochar los episodios de reconstrucción de la vida del santo cuyo nombre escogió el Papa –las sombras de Rossellini y Pasolini son muy largas– pero en sus aspectos documentales la película es irreprochable como retrato de una personalidad singularísima.

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