Lo peor ocurre cuando quienes tienen un trabajo garantizado entran en la actividad política y adquieren los peores vicios.

El delegado del Gobierno en Madrid acierta al prohibir las manifestaciones del 8-M. Es sólo puro sentido común.

Pasamos de no vender alcohol destilado a partir de las seis de la tarde a permitir sobremesas hasta las nueve y media de la noche.

La mayor figura política del PP andaluz debería recoger medallas y tener ya calles dedicadas, pero prefiere dedicarse a otras lides.

Manosean los nombres de los magistrados como si fueran masa de croquetas. Asistimos a un espectáculo bochornoso.

Menos mal que el presidente ha desactivado una fotografía que hubiera sido un despropósito: el canapé del 28-F en San Telmo.

Ella sigue tan lista como siempre: no suelta el poder orgánico. Que corran algunos 'canijos' si ella recupera el poder.

No recordamos ya qué triste y carente de prosperidad era nuestra vida sin un Ministerio de Consumo que vela por nosotros.

Cultivaría el contacto con la calle, cuidaría Sevilla, donde la militancia está orillada, y me prepararía para batirme con Espadas.

Todos sabíamos que el fracaso del PP en Cataluña estaba amortizado. El reto del líder del partido es otro muy distinto.