Cultura

La musa no entiende el griego

  • La bailaora trianera encarnó a cuatro heroínas griegas en el arranque de la XVII edición de la Bienal de Flamenco.

Raíces de ébano. Baile y coreografía: Manuela Carrasco. Cante: Pansequito, El Pele, El Extremeño, Juan Villar. Guitarra: Joaquín Amador, Alfredo Lagos, Paco Iglesias. Coros y cante: Inma la Carbonera, Toñi Fernández, Samara Amador. Percusión: José Carrasco, Bobote. Vestuario: Aurora Gaviño. Dirección musical: Joaquín Amador. Dirección de escena: Pepa Gamboa. Lugar: Real Alcázar. Fecha: Lunes, 3 de septiembre. Aforo: Lleno.

Y en esto llegó El Pele y tiró el retablillo por tierra. Y los títeres quedaron, pobres, petrificados, con ese rictus grotesco en el rostro. El drama se tornó, de golpe, una máscara de payaso. Rompió la ficción, la cuarta pared. El artificio se reveló lo que era, una cosa artificial. Una máquina sin vida. Llegó cargado de verdad y de máscara: toda la vida, y la muerte que lleva años derramando en los escenarios de los festivales de la geografía andaluza. Por supuesto que El Pele fue el actor más importante que pasó anoche por el teatrillo del Alcázar. Lo desmontó con una naturalidad pasmosa. Para mostrar la verdad de la escena, la verdad del artificio. La vida y la muerte. Llegó avejentado, cansado, apoyado en un taburete como bastón. Y fue el más joven y el más viejo. Desde luego que el dominio del lenguaje dramático de este señor es ya proverbial. Pero lo de anoche fue apoteósico. Nos regaló una de esas estampas que los aficionados recuerdan durante años. Puso las cartas sobre la mesa, como el que no quiere la cosa. ¡Qué gracia tan grande que tiene este arte! El Pele tiró con fuerza del guión y éste acabó por los suelos y ya nada fue igual. Y entonces todo empezó a cobrar algo de sentido. Las pretensiones se manifestaron pretenciosas a las claras. Las verdades nos salieron a las caras, a las gargantas, como fardos de lana en el océano.

Gamboa cambió la mitología gitanista, esa que parecía evocar el título (por cierto, cogido casi literalmente de un libro de José Luis Navarro), ese ser mítico que alienta buena parte de la escena hispana más castiza, pero que crece en el romanticismo popular hasta el punto de crear un género nuevo: el gitano, el flamenco. Ese abigarrado batiburrillo étnico, negro. Lo cambió por las mujeres míticas de la tragedia griega: la enloquecida, la violenta, la que enloquece a los hombres. Lo popular, lo de la calle, lo contemporáneo, por lo clásico y, más que culto, clasista. No funcionó, claro. La musa no entiende el griego. Ni de argumentos. Ni de guiones. Cuando llegó la soleá-Medea, al final del espectáculo, que sobre el papel era el clímax de la función, el público y la bailaora sufrían el vapuleo que nos había provocado ese intérprete menudo, mago de la emoción sobre la escena. Y no hablo sólo del cantaor. También del actor, del dominio de la escena que manifiesta El Pele en cada una de sus comparecencias. ¡Cómo cantó por soleá! Con esto ya estamos nutridos de arte una temporada. El publicó se rompió con él. Lo padeció, lo sufrió. Y Manuela Carrasco, pletórica en las cantiñas que le endiñó después de la soleá. Así es este arte, cuando surge. Que huye de las apariencias, de las falsedades. Que se nos escapa de la dramaturgia, que se alimenta de los márgenes. Así de traicionero, que surge a borbotones cuando ya nadie lo espera.

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