Abril | Crítica

Un mes de flores y tormentas

'La Piñona' en el jardín creado para ella por el escenógrafo Antonio Marín.

'La Piñona' en el jardín creado para ella por el escenógrafo Antonio Marín. / Claudia Ruiz Caro

No cabe duda de que este Abril que acaba de estrenar Lucía Álvarez ‘La Piñona’ es un gran paso adelante en su carrera. Aquí, más que en sus anteriores espectáculos, la bailaora no solo ha querido bailar sino crear todo un universo visual y sonoro, esta vez dedicado al poeta y bohemio sevillano Juan Manuel Flores Talavera, fallecido en 1996.

Conocido sobre todo por su antología Ha llegado la mañana, que se publicó, paradójicamente, gracias a la tesis doctoral de una italiana- Flores es el autor de las letras de los dos primeros discos de Lole y Manuel, artistas que marcaron una época en la música flamenca y en la vida de muchos aficionados, como los padres de Lucía -su madre falleció en abril, hace unos años- y ella misma. Hay pues tanto de Flores como de su propia historia en este espectáculo.

La pieza tiene un arranque maravilloso. En un escenario en penumbra, lleno de macetas y plantas que cuelgan del techo, mitad patio, mitad jardín, mitad selva de cuento, una ‘Piñona’ segura de sí misma y con bata de cola ofrece una bonita y personal danza de presentación a los sones de la guitarra precisa, límpida y siempre exploradora de Alfredo Lagos. Poco a poco, como los animales en un cuadro de Rousseau, de entre el follaje, saldrán los músicos, tres cantantes líricas y el único cantaor, Pepe de Pura, que se está convirtiendo en la voz de esta Bienal.

Más tarde, marcados por el cambio de vestuario de la gaditana, las escenas se irán sucediendo llenas de hermosos momentos, con buen baile, una música elaborada y arriesgada, sin ningún elemento banal o casual, y un cante realmente conmovedor en cuyas letras, gracias a la adaptación del propio cantaor, se recogen algunos de los versos del poeta.

Un conjunto de aciertos que, sin embargo, en ocasiones no llega a fluir como debiera, en parte por la falta de rodaje típica de los estrenos, en parte porque la complejidad de los contenidos -que unen lo contemporáneo con la música y la estética de los años ochenta- hubiera necesitado una dirección de escena (no solo artística y musical) mucho más contundente.

En medio de todo, ‘La Piñona’ demuestra su crecimiento como bailaora. Su baile es solo suyo, sensual y con una energía casi masculina, delicado y violento cuando de expresar sus tormentas interiores se trata. Su figura alta y elegante, su cabeza clásica y dramática y sus brazos largos, que ocupan sin empacho cualquier espacio, nos hizo recordar a Manuela Vargas, su gran inspiradora. También posee unos pies velocísimos que utiliza sin abusar.

Bailó ‘La Piñona’ por soleá y por alegrías y convenció por completo en unas bulerías que provocaron los aplausos del público. Luego, tras rendir homenaje a los Seises -tradición muy querida para Flores- en una preciosa escena en la que las tres cantantes unen sus pasos a los de la bailaora, se entregaría a un taranto que evolucionó en seguiriya para terminar como poseída, como engullida por las plantas y por una música electrónica que desconcertó a muchos de los presentes.

Pero no se puede olvidar que la guitarra eléctrica -aquí en manos de una de las cantantes- fue una de las grandes innovaciones de Lole y Manuel y símbolo del rock flamenco de la época. Tampoco que una de las piezas de Flores, una especie de cuento dramático titulado Maya, la luna y el arlequín, incluía, entre otras cosas, el baile de Matilde Coral y la música rock de Imán.

Un enorme esfuerzo el que ha realizado ‘La Piñona’ con su equipo. Un trabajo lleno de contenidos que poco a poco, con el rodaje, se irán engarzando hasta formar una poética unidad.

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