Niño de Pura y Manolo Franco | Crítica

El hombre tranquilo

Niño de Pura y Manolo Franco presentaron 'Compadres' en el Teatro Lope de Vega.

Niño de Pura y Manolo Franco presentaron 'Compadres' en el Teatro Lope de Vega. / Juan Carlos Muñoz

No vimos al hombre tranquilo. En su lugar se nos sirvieron esos vertiginosos picados de la guitarra flamenca de los años 80 y 90. Pero ese guitarrista poderoso, sereno, seguro que habitualmente es Manolo Franco, no lo vimos. Por contra, tuvimos a un Manolo Franco tenso sobre el escenario y echamos de menos su concepto, sentimental, airoso, que concede todo el espacio a la nota, de su toque. Echamos mucho de menos esa guitarra romántica, rigurosa pero al mismo tiempo exacta, íntima y pulcra, plena de vida, de respiración. Incluso en su intervención como solista Franco optó por una seguiriya muy rítmica en la que cedió el protagonismo al cante. Fue en una gran medida un concierto del Niño de Pura. Manolo Franco se sumó, como digo incluso en su solo, a ese concepto hiperrítmico, con muchos cortes y picados de vértigo, característico de la guitarra de los años 80 y 90 que es el que desde entonces, singularmente desde que obtuvo el II Giraldillo del toque, defiende el Niño de Pura. De hecho el único momento de serenidad que proporcionó este recital fue la taranta que con la que este último guitarrista abrió en solitario. Aunque su concepto del toque levantino se aleja en gran medida de los terrenos filosos, de las disonancias características de la taranta del siglo XX para incorporar melodías cantables en su toque. Y después de la taranta, el vértigo, la velocidad. Como digo, en ningún momento perdí la esperanza con la que fui al teatro de escuchar el toque magistral de Manolo Franco por granaína o soleá. La cosa se esfumó cuando en el bis volvieron a los fandangos con los que habían cerrado el recital y a los picados de vértigo de los que hablábamos al principio. De manera que lo de Franco quedará para otra ocasión. Quizá el día que tenga una oportunidad como estricto solista en este festival. Lo cierto es que Franco, que es un gran solista, apenas ha ejercido como tal en su trayectoria artística, ligada siempre al toque para el cante. Por eso probablemente optaron por lo más cómodo: Niño de Pura puso su grupo y su concepto del toque, al que se sumó un tenso Manolo Franco. El hombre tranquilo no hizo acto de presencia.

Tras la taranta y la seguiriya escuchamos a dos guitarras alegrías, guajiras, bulerías, fandangos y fantasía en los que, en ocasiones, no se escuchaban las falsetas de Franco, sepultadas por la sección rítmica que era el resto del grupo. Una obra que se estrenó en la Bienal de Sevilla hace 10 años y que regresa, al parecer intacta, al mismo festival que la vio nacer. Se trata de dos conceptos muy distintos del toque: uno cálido, rico en armonías, barroco, denso pero pulcro, pleno de colorido, pura emoción, y otro frenético, explosivo, contundente, efectista, muy físico. Pueden ser complementarios, qué duda cabe. Pero anoche el diálogo no se produjo.

Para disfrutar de esta guitarra romántica nos queda Aljibe el magnífico disco como puro solista, apenas con la intervención de un par de palmeros en algunas piezas, que lanzó Manolo Franco en 1986, al poco tiempo de alzarse con el I Giraldillo del toque de la Bienal de Sevilla.

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