Crítica 'Blancanieves'

Habla, ama y torea, mudita

Blancanieves. Drama mudo en B/N, España, 2012, 104 min. Dirección y guion: Pablo Berger. Fotografía: Kiko de la Rica. Música: Alfonso de Vilallonga. Intérpretes: Maribel Verdú, Macarena García, Ángela Molina, Daniel Giménez Cacho, Pere Ponce, Josep María Pou, Sofía Oria, Macarena Garcia, Inma Cuesta, Ramón Barea, Emilio Gavira.

La gran apuesta institucional del cine español de 2012 se llama Blancanieves, es una película muda en blanco y negro y está dirigida por Pablo Berger, quien vuelve aquí, como ya hiciera en Torremolinos 73, por los caminos del pastiche y la imitación de estéticas y texturas pretéritas como excusa para el reciclaje posmoderno en tiempos de amnesia colectiva e imágenes de usar y tirar.

Soy de la opinión de que hacer hoy una película muda en blanco y negro no deja de ser una anecdótica operación de marketingque responde a las propias dinámicas desesperadas del mercado, más aún cuando el modelo que se imita no es precisamente el mudo más verdaderamente riguroso, esencial y elocuente, que sigue vivo hoy, de Tarr a Käurismaki, sin necesidad de películas-acontecimiento, sino su versión más epidérmica, tenue y estereotipada, convenientemente aligerada con estrategias propias de la ficción industrial sonora, y ni siquiera me refiero a la del periodo clásico.

Blancanieves no difiere así demasiado en su diseño integral de la exitosa y sobredimensionada The Artist, dando astutamente gato ibérico por liebre europea, masajeando la espalda a una falsa nostalgia por las esencias de un lenguaje extinguido sin mayor mérito, un mérito en todo caso, que el de la correctísima reelaboración de gestos, detalles, planos, ritmos o tipos de montaje, y todo ello, claro está, con el discurso superpuesto de que lo que realmente importa, lo que conmoverá de verdad al respetable ansioso de novedad, no son ya el silencio, los juegos de luces y sombras, la ausencia de color o la rugosidad de la materia, sino las "emociones que emanan de la historia y los personajes" (sic).

Berger ha sabido reciclar con astucia el cuento de los Grimm con los materiales narrativos y visuales propios de la españolada, sus clichés argumentales, sus ambientes o su tipología folclórico-castiza, llevándose, eso sí, su historia, a un periodo en el que el cine mudo era una realidad como gran espectáculo popular. Sobre esta prudencial distancia histórica que funciona, al igual que sucedía en The Artist, como auténtica red de seguridad, convirtiendo a Blancanieves primero en una niña maltratada y luego en una mujer-torero en el seno de una compañía de enanos (freaks) de feria en una España de mantilla, copla y salero (los cultural studies van a tener carnaza para hartarse de escribir artículos académicos), la película de Berger se despliega en un heterogéneo alarde visual dirigido (y saturado) por la música de Alfonso de Vilallonga como estrategia para una seducción de masas que, a la postre, no es tanto visual como netamente melodramática, tal es la deriva trágica de sus acontecimientos y las muchísimas licencias extemporáneas que se cuelan como esencias de una purezaperdida de las imágenes en un producto de correcto y pulcro acabado aunque frío y aséptico para quien firma esta crónica.

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