Política

El riesgo de la auditoría general en la Junta

  • Cualquiera sabe que se trata de una misión muy poco aconsejable. Mirar al pasado es una estrategia electoral con caducidad, sobre todo cuando es urgente atender ciertos objetivos en Andalucía

El riesgo de la auditoría general en la Junta

El riesgo de la auditoría general en la Junta / Antonio Pizarro (Sevilla)

TARDARÁN en enterarse de dónde se han metido. Pasará tiempo hasta que la mayoría conozca con precisión el tamaño de una estructura descomunal. Los techos de San Telmo son altos. Es un edificio frío, como ocurre con la inmensa mayoría de los palacios. Y además es oscuro por culpa del arquitecto divo que la tiene tomada con la luz en la ciudad de los cielos limpios.

San Telmo genera una sensación de vacío imposible de cubrir que tiene mucho que ver con el poder. Un efecto que aumenta por las tardes, cuando el personal se marcha a casa y el viejo edificio parece el seminario despoblado de sus últimos años como propiedad eclesiástica. Pasarán meses, muchos meses, para que este nuevo gobierno –ilusionado como un niño en la mañana de Reyes– tenga verdadera conciencia del sitio al que ha llegado, del esfuerzo titánico que cuesta mover una pieza, activar un proceso, efectuar un gasto, cambiar el rumbo de una política específica, disponer de una información precisa del estado de los asuntos y ganarse la complicidad de un funcionariado que sí tiene conocimiento exacto de las teclas que hay que tocar, los botones que hay que apretar y las puertas a las que hay que llamar. Un funcionariado que en San Telmo y en las consejerías mira siempre con recelo al grupo de eventuales que son el predicado de todo sujeto con cuota de mando.

Moreno y Marín, tras el primer consejo de gobierno Moreno y Marín, tras el primer consejo de gobierno

Moreno y Marín, tras el primer consejo de gobierno / Jesús Prieto (Antequera)

No hablarán más de la necesidad de hacer una auditoría general en la Junta. No deben hacerlo. Cualquiera sabe que ese objetivo es imposible y poco recomendable. No hay tiempo ni dinero para esa auditoría general. Basta preguntar a cualquier experto en la materia sobre el precio y las horas de trabajo que consumiría la ardua labor de auditar un presupuesto de nada menos que 34.000 millones de euros.

El anuncio de una auditoría general queda muy bien para los debates electorales, para las campañas y para generar titulares de prensa. La promesa sirve para meter el miedo en el cuerpo al Ejecutivo saliente, sembrar la sospecha sobre la gestión anterior y potenciar el discurso sobre la opacidad de las cuentas y del organigrama de la Junta. La cosa quedará en catas. Se auditarán algunos organismos en determinados períodos. Internamente les llaman catas... arqueológicas. Igual que no se puede levantar una gran avenida a riesgo de poner patas arriba una ciudad y generar un caos, no se puede paralizar una administración mastodóntica durante un tiempo indeterminado.

Los gobiernos necesitan vender acciones de futuro. Aplicar medidas que sean reales, que se conviertan en logros propios que tengan rédito de cara a las siguientes citas electorales. La mirada al pasado, en este caso a los gobiernos de Susana Díaz, es una estrategia con caducidad. Las catas ofrecerán munición parlamentaria para mantener en jaque a la ex presidenta, desacreditarla en cuanto trate de levantar cabeza, pero el gobierno del cambio no puede consagrarse a una fiscalización general del pasado cuando tiene por delante tantos objetivos urgentes. 

El cambio se tiene que ver en la práctica, en los modos, en los estilos. Se ha de palpar en la calle. Se ha de oír en los discursos. En contra del gobierno juegan la expectación generada, de la que el presidente Moreno es consciente, y los previsibles encontronazos dentro del Ejecutivo de coalición, sin olvidar los doce vigilantes de Vox que miran el fuerte desde la colina. A este gobierno se le exigirá como a ninguno antes. Todo indica que se le perdonarán muy pocos fallos. A la mínima se le sacarán los trapos sucios (o ensuciados)de cualquier contratación dudosa, o de cualquier nombramiento sospechoso.

Este gobierno tiene el peligro de quien desembarca en una empresa con mando en plaza, pero todos los trabajadores saben más del oficio y de la sociedad que el recién llegado. La derecha tiene que espabilarse pronto, adquirir con rapidez eso que se llama la escuela de la calle y hacerse respetar ante un funcionariado acostumbrado al mismo partido durante 37 años.

El presidente Moreno necesita tener claro cuál será el estandarte que identifique su gestión y que, además, lo distinga de sus socios. Porque Ciudadanos, un partido con aspiración a flotar en todas las aguas, tiene más fácil encontrar un terreno propio. Los andalucistas se quejaban de que sus logros acababan capitalizados por el PSOE. Los de Izquierda Unida terminaron lamentándose de algo parecido. No bastará con abrir las ventanas del viejo San Telmo, ni siquiera con no equivocarse, ni por supuesto con la celebración de consejos de gobierno en diversas provincias. La muy novelera Andalucía querrá tocar el cambio, meter el dedo en la llaga y comprobar que el vuelco político supone una mejora sustancial del estado de la comunidad. No bastará con proclamar en las redes sociales que hay unas cuentas saneadas.

En Sevilla vimos no hace mucho tiempo cómo los electores desalojaron del poder al gobierno del PP que tuvo como principal logro poner los números al día. De nada le sirvió haber alcanzado el mayor respaldo en las urnas de la historia de la democracia: 20 concejales. Al pueblo, siempre ingrato, le importó muy poco la gestión fiscal.

El reto de Moreno no debe ser auditar el pasado, sino que los andaluces dejen de identificar el logo de la Junta con el puño y la rosa, perciban el cambio como algo natural y vinculen su gobierno a dos o tres logros materiales de rápida comprensión por los electores y, por supuesto, de interés general para los administrados. Hasta el nefasto Zapatero lo tuvo claro y, al menos, impulsó tres medidas con elevado grado de aceptación: la creación de la Unidad Militar de Emergencias, la prohibición de fumar en bares y centros de trabajo y la instauración del carné por puntos.

O el cambio se nota en la vida cotidiana, o servirá de poco. Las auditorías no dan votos, las catas acaso generan munición para la refriega política. Algo debió hacer bien el PSOE para estar casi cuarenta años en el gobierno. No deben olvidarlo estas derechas bisoñas que andan todavía como críos impresionados con la altura de los techos de San Telmo y provocando algunas risas maliciosas entre los funcionarios.

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