Soltando grillos

Más feliz que un alcalde con rotonda nueva

  • Preparados para asistir, en cuanto empiece la campaña por las elecciones, a la competición entre candidatos sobre el tamaño de la bandera que cada uno está dispuesto a levantar en su glorieta

Más feliz que un alcalde con rotonda nueva.

Más feliz que un alcalde con rotonda nueva. / Rosell

Cuanto más se acercan las elecciones municipales, más aceras se levantan. Las calles están intransitables, entre vallas impidiendo el paso y candidatos esperándote para darte la mano. Los alcaldes, en años electorales, son muy poco originales a la hora de poner en valor su trabajo durante los cuatro ejercicios de gestión y van a lo seguro: colocar primeras piedras, inaugurar semáforos, pintar pasos de cebra y construir rotondas, muchas rotondas. Nunca he entendido muy bien la afición que tienen los alcaldes por las rotondas, pero una vez le leí a uno contar que la culpa de esta inflación la tenía el Tour de Francia. Contaba que con los primeros ayuntamientos democráticos, los munícipes veían por televisión la fluidez con la que discurrían los ciclistas por las calles francesas, con esos flujos de tráfico que no precisaban de semáforos, y decidieron apostar por esa solución para ordenar los cruces de sus ciudades. Y así llevamos cuarenta años los conductores en nuestras calles, haciendo giros y dando vueltas sin que nos hayamos todavía enterado quién tiene prioridad de paso.

En la provincia de Málaga, disfrutamos de una de las calles con más rotondas del mundo. Es la antigua N-340 a su paso por los municipios del litoral de la Costa del Sol Occidental. Desde que se construyó la nueva autovía, los tramos de esta carretera fueron pasando a titularidad de los ayuntamientos y éstos empezaron a construir glorietas como si no existiera un mañana. Y aunque podría parecer imposible, cada cierto tiempo un ayuntamiento levanta una nueva en su término municipal y uno discurre de una punta a otra de la costa sin saber nunca en qué localidad se encuentra en cada momento. Todos los tramos son iguales: glorieta arriba, glorieta abajo. Ya gires a la izquierda, ya gires a la derecha.

Además de un elemento para dar fluidez al tráfico, los alcaldes descubrieron que las rotondas eran un lugar para exhibir arte

El día que descubrieron los alcaldes que, además de un elemento para dar fluidez al tráfico, las rotondas eran un lugar para exhibir arte, la cosa se complicó. Y uno va conduciendo y lo mismo descubre el homenaje a un avión, a un santo, a la bandera, o, incluso, un portal de Belén en época navideña en mitad de una avenida. A José Seguí, un arquitecto malagueño, le leí un día decir en un reportaje que se trataba de un recurso urbanístico, como lo podía ser un semáforo o un bordillo, pero no un monumento. Se lamentaba Seguí de que se hubiera desvirtuado su función “ya que en muchos casos, además de obstaculizar la visión del conductor, servían de expositor del horror-vacui o la megalomanía de algunos políticos”, en clara alusión a los ornamentos tan inverosímiles que llegan y han llegado a albergar algunas de ellas. E ironizaba diciendo: “Es como si a un semáforo lo vistieses de flamenca”.

Existen múltiples ejemplos de monumentos de dudoso gusto por calles y carreteras de toda la geografía española. En internet hay una web que se llama Nación Rotonda que publica desde el año 2013 los desmanes urbanísticos que se cometieron en España con el boom del ladrillo. Aunque se dedica a censurar otras muchas actuaciones, desde las urbanizaciones a medio construir a los edificios que nunca se terminaron, hace de las rotondas una especie de símbolo de un estilo de urbanismo. Ese que beneficia al coche frente al peatón. El modelo que ha primado en nuestras ciudades desde que se empezaron a renovar calles y aceras.

Las rotondas llegaron a España con la democracia

Las rotondas llegaron a España con la democracia. He leído que la primera que se levantó acaba de cumplir 40 años, aunque su periodo de expansión fue en la década de los 90, cuando se cambió el cartabón con el que se diseñaban las calles por la circunferencia. El arte apareció en las rotondas con la llegada del boom de la construcción. Con las arcas repletas por las plusvalías del ladrillo, aparecieron las esculturas, los monumentos dedicados, las banderas y los arcos de triunfo. La tiesura en las arcas públicas, con la crisis económica, obligó a los consistorios a recuperar el ornamento original: un poco de césped –en muchos casos artificial– y un puñado de plantas que se cambian cada cuatro años, justo los meses antes de las elecciones. De ahí que ahora, las rotondas, sean jardines en la contabilidad municipal. Hace algunos años el Consistorio de Málaga quiso felicitarse por el aumento de las zonas verdes en la ciudad e incluyó, en la suma, los metros cuadrados de césped que tenían las glorietas y las medianas de las carreteras. Nada extraño. Una vez vi una foto de una glorieta en Alicante donde una familia decidió realizar una mañana de picnic.

El arte apareció en las glorietas con la llegada del ‘boom’ de la construcción

En mi pueblo, hubo una época, en que sabíamos qué partido gobernaba por el color con el que estaban pintadas las rotondas y los bordillos de las aceras de la avenida principal. Cuando el alcalde era del PSOE, la base de hormigón que la sustentaba era de color verde. Y cuando lo hacía el PP, se pintaba de azul. Lo que viene a demostrar las múltiples utilidades que puede llegar a tener una glorieta.

En el año 2013, en el municipio de Alhendín (Granada), se batió el récord de cargos públicos inaugurando una rotonda. Un total de catorce representantes políticos se subieron a la glorieta para inmortalizar en una foto tamaña efeméride. En este año 2019, están las elecciones municipales tan complicadas que uno tiene la sensación de que, en cualquier momento de aquí a mayo, se bate el récord de político por metro cuadrado que lograron los munícipes granadinos. Y no te digo nada, cuando entremos ya en campaña y empiece la competición sobre el tamaño de la bandera que cada candidato está dispuesto a levantar en su glorieta.

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