DE los cuatro candidatos al 2-D, tres son cuestionados por sus compañeros de partido (ya saben: los peores enemigos imaginables). Más exactamente, por sus dirigentes nacionales. No hace falta insistir en el caso de Susana Díaz, cuya enemistad con Pedro Sánchez es ya legendaria y sólo se encuentra soterrada por el interés compartido de continuar en el poder, la una en el Sur y el otro en Moncloa. También Juanma Moreno y Pablo Casado comparten objetivo -ellos en forma de ansia de poder-, pero hay que considerar lo que tardará el segundo en organizar el relevo del primero si las urnas no le acompañan el próximo día 2, sobre todo si registran el temido sorpasso en el espectro moderado. El tercer candidato, el bicéfalo Rodríguez-Maíllo, tampoco es precisamente del gusto de Pablo Iglesias, especialmente porque la firmeza antisocialista de los dos enseñantes andaluces contradice abiertamente su actual estrategia de colaboración, mimos y seducción al PSOE de Sánchez. El único candidato andaluz que se lleva divinamente con su cúpula nacional es Juan Marín... a costa de haberse plegado por completo al interés de Albert Rivera. Marín es el menos andaluz de los candidatos, el más dependiente de sus mayores. Él lo ha querido.

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