Educación y cambios sociales

Reyes y tiranos

  • Los suspensos de los padres, falta de tiempo y nuevas tecnologías, se traducen en niños hiperregalados, desbordados de actividades y, a la vez, sobreprotegidos 

Juguetes en una gran superficie durante la temporada de Navidad.

Juguetes en una gran superficie durante la temporada de Navidad. / Alberto Domínguez

Desde los tiempos de Esparta, los padres nos dedicamos a repetir eso de lo bueno que era todo antes, cuando se tiraba a los bebés defectuosos por el despeñadero. Que las verdades de la vida se aprendían así, cuando se viajaba sin el cinturón de seguridad puesta y la cara se te quedaba como una pizza al caerte al patio del colegio. No como ahora, que estamos criando a una generación de blandengues. La canción se lleva repitiendo desde fecha inmemorial: una canción perversa porque lo cierto es que no, el pasado no fue mejor. Los adultos de hoy no somos mejores por crecer comiendo mientras se fumaba, por ejemplo.

Las cosas han cambiado, desde luego. En un par de generaciones, el escenario es tan distinto que merecería un reality. Así, en random, no sería difícil encontrar a algún abuelo, bisabuelo, que al preguntarle por sus regalos de Reyes te dijera:“Un caballo de cartón. Y mandarinas”. Según el estudio de Kantar TNSpara EBay, de los 248 euros de media que los españoles reservamos para regalos en Navidad, 166 van para los más pequeños. Compararlo con el caballo de cartón del abuelo es salir de dimensión.

Los regalos de navidad (y de cumpleaños, y de fin de curso, y de...) son sólo una muestra del gran gasto en que el que hemos convertido a los hijos. El redoble de tambor se lo llevan las comuniones: según un informe realizado por la Unión de Consumidores y Usuarios, el gasto medio de los fastos se sitúa en 5261 euros para las niñas y en 4755 euros para los niños.

Un estudio realizado hace una década por la Confederación Española de Amas de Casa, Consumidores y Usuarios (Ceaccu), y actualizado posteriormente, realizaba un acercamiento al coste material que supone crear un hijo, mostraba que las diferencias sustanciales empezaban a presentarse ya en el momento en que optáramos por guardería pública o privada. A partir de los tres años, la horquilla de gasto llega a duplicarse dependiendo de factores como tipo de educación, comedores, extraescolares, campamentos urbanos, celebraciones... Ya se ha mencionado la comunión: los gastos se multiplican cuando empiezan a preferir juguetes o complementos electrónicos, a salir con los amigos o si hay gafas u ortodoncia. El cálculo de gasto medio anual entre 3 y 6 años va de los 4000 a los casi 9000 euros; y de los 6000 a los casi 14000, entre los seis y doce años.

Efectivamente: hubo príncipes en el Renacimiento con menos dispendio. Y el dinero no lo es todo. Los reyezuelos de la casa tienen, también, agendas dignas de diplomáticos de alta gama. Formación continua (y agotadora). Asistencia a todo tipo de eventos. Hasta presión estético-mediática. Son los menores más expuestos del mundo y, a la vez –precisamente por eso–, son los niños a quienes más tratamos de controlar. ¿Recuerdan en Esparta, cuando íbamos solos a casa de los amigos y jugábamos al elástico en la calle? Puede darse el caso, perfectamente, de que aspiremos a que los críos tengan un nivel de inglés perfecto para salir a un mundo en el que no saben desenvolverse.

“El sobreproteccionismo es uno de nuestros pecados –comenta Javier Ferrer, responsable de Grupo Senda, empresa de servicios educativos que se encarga de gestionar, por ejemplo, la Ciudad de los Niños y las Niñas en Jerez–. Queremos desarrollar en los niños un potencial tremendo pero no les dejamos hacer nada, no permitimos que se equivoquen, que ensayen y desarrollen por sí mismos las cualidades que ellos quieran desarrollar. Queremos que sean los mejores en todo. No vale el simple hecho de jugar por jugar, sino que ha de estar orientado a. Creo que les estamos dando poco margen”.

“Para ser justos, el momento político-social que nos ha tocado vivir tampoco es fácil –continúa Ferrer–. La información fluye muy rápido y tenemos un miedo excesivo con nuestros hijos. Eso nos está pasando factura. El momento en el que nos ha tocado hacer de padres es muy difícil: eso nos justifica la hiperprotección, pero sí la explica”.

Ese cóctel que ofrecemos, entre saturación y poca atención, es un cóctel enjundioso, que tiene como resultado comportamientos que a veces nos resultan extraños en los pequeños:la excesiva dependencia, la poca capacidad de concentración, la escasa resistencia a la frustración, el Síndrome del Emperador... ¿Quién exige gastarse una pasta en los regalos de Navidad, una comunión de lujo asiático, las tardes trufadas de extraescolares, cumpleaños todos los fines de semana? Muchas veces –la mayoría de las veces, de hecho– no son sus protagonistas. En una curiosa inversión del concepto, son los padres los que hacen reyes (y tiranos) a los hijos.

En este sentido, continúa Javier Ferrer, es “casi más necesario trabajar con los padres que con los niños. Hablando como profesional y como padre, lo que observo es que en gran medida nos preocupamos más de cómo educar, y olvidamos para qué y por qué educamos”.

“Toda la agenda de los niños la marcamos nosotros. Lo mismo no es necesario ir a dos cumpleaños. Hay que frenar un poco el sistema y al niño para que lo vaya entendiendo y comprendiendo –desarrolla el especialista–. En el tema del rendimiento, creemos que si nuestros hijos no son capaces se hacer algo, van a pensar de no nos preocupamos. Nos implicamos en exceso en algo tan natural como es hacer un ejercicio. Nosotros, en Senda, vemos muchas veces que planificamos los servicios para agradar a los padres, no a los niños”.

Entre los factores que convierten a la época actual en un momento especialmente difícil para padres y educadores se encuentra la revolución tecnológica, que viene a sumarse a los habituales cambios de parámetro generacionales: “Un campo del que muchas veces no tenemos ni idea y en el que los chavales se manejan de forma fluida –señala–. Y que abunda en una de las preocupaciones universales de todo padre:‘¿qué está haciendo ahora mi hijo?’. Los mayores problemas vienen siempre del desconocimiento”. Desde Fedapa, la plataforma que agrupa a varias AMPAS de la provincia gaditana, Leticia Vázquez apunta a la doble trampa en la que están sumidos los padres: la falta de tiempo y la falta de formación. “Desde las Escuelas de Padres, intentamos dar respuestas a muchos de estos interrogantes –explica–. Aunque muchas veces, como decimos, quienes acuden no son los que más lo necesitarían, porque ya muestran cierto interés...”

“Pero, por ejemplo, todos los años ofrecemos cursos del Plan Director en Nuevas Tecnologías, que imparten Policía y Guardia Civil, y son pocos padres los que se apuntan –desarrolla–. Y se trabajan cuestiones no sólo a nivel de control, de seguridad y contraseñas, sino cómo jugar con los hijos y cómo utilizar las nuevas tecnologías con ellos, gestionar el uso compartido”.

“Nos preguntamos muy a menudo cómo podemos enseñar a nuestros hijos a no ser tan dependientes de la pantallas –continúa Leticia Vázquez–, cuando los primeros que muchas veces tenemos que aprenderlo somos nosotros. Para lo bueno y para lo malo, los niños son los que mejor y más rápido aprenden, tienen una capacidad de adaptación tremenda”.

“Cuando tienen dos o tres años los ponemos delante de iPad durante horas, y luego están jugando a la Play cuatro o cinco horas. Lo despachamos todo con un ‘no me molestes’ pero luego les exigimos un nivelazo: que sean buenos chicos, que tengan buenos valores... que muestren un comportamiento del que carece la sociedad actual en muchos aspectos”, añade al respecto Javier Ferrer.

El fenómeno de los niños hiperregalados o saturados de actividades responde más a una necesidad de responder a unas expectativas propias, nuestras, más allá de las de los demás y, desde luego, de los niños –comenta Leticia Vázquez–. Cosas que desarrollamos en las Escuelas de Padres, y en las que hay que trabajar, es el aprender a jugar compartiendo, la empatía, la educación en el conocimiento emocional o cuestiones como el juguete no sexista”.

“Los niños son los grandes imitadores –confirma Ferrer–. Si ellos no ven una actitud apaciguadora, paciente, relajada, no la van a transmitir. Eso se va copiando y transmitiendo. El ciclo vital es un proceso educativo, si no hay corrección o ejemplos, pues no se puede seguir”.

“La cultura del esfuerzo, que es la energía aplicada a un objetivo, implica distintos grados de malestar y cansancio que tratamos de evitar –comentaba en entrevista el escritor y pedagogo José Antonio Marina–. Y el esfuerzo, por supuesto, es un concepto muy relacionado con la capacidad de tolerancia a la frustración”.Para Marina, existen una serie de herramientas educativas, simples, pero efectivas si se emplean en el momento adecuado:“Una de ellas –explica– es la valentía, el no cejar ante las dificultades. Otra es la visión del mundo como una serie de oportunidades. La famosa dicotomía de Freud entre el principio del placer y el de la realidad tendría un tercer estadio: el principio de la posibilidad”. Si el miedo se aprende, la valentía también. Si el pesimismo se aprende, el optimismo también. El objetivo es ir construyendo los mimbres para que el niño, conforme crezca, sea capaz de tomar sus propias decisiones.

Y, ¿qué hay de las herramientas para los padres? “Los padres tenemos pocas herramientas para afrontar todos los campos –concede Javier Ferrer–. A nivel laboral o personal se nos exige muchísimo, todo el tiempo dando el 100%. Cuando llegamos a casa, cuesta mucho trabajo desarrollar todo lo que nos gustaría: es una presión añadida que intentamos compensar y, ¿cómo la compensamos?”.

La pesadilla que se muerde la cola. Hemos quedado en que lo de antes no era, per se, mejor. Era, desde luego, distinto: había una figura de “dedicación plena a la educación de los niños”. Esa señora que se dedicaba a Sus Labores. Ya que esa figura de asistenta gratis para todos a tiempo completo es casi un recuerdo –en efecto, la clave esta en lo de “a tiempo completo”–, hay otra serie de herramientas “como la responsabilidad o la coherencia ética” que haríamos bien, indica Ferrer, en no perder de vista.

“También me gustaría apuntar que los padres tienen que entender que los auténticos profesionales de la educación son los profesores. Ellos son los que tienen perspectiva,y nos hemos despegado por completo de esa línea”, añade Ferrer, que echa en falta, como gerente de una empresa de servicios educativos, la continuidad en muchos programas: “Aun así, hay muy buenas empresas en el sector, de carácter voluntario o no, de adscripción católica o no, que están muy pendientes y colaboran muchísimo en los procesos de enseñanza y aprendizaje. Creo que aportamos nuestro grano de arena, pero somos sólo un elemento más”.

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