La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El Papa que sonríe a los españoles

Francisco saludó a la embajadora y alzó la vista para saludar a los españoles que abarratoban la balconada

El Papa que sonríe a los españoles.

El Papa que sonríe a los españoles. / M. G.

El Papa llegó a la Plaza de España bastantes minutos antes de la hora oficial. El ocho de diciembre es fecha obligada en el calendario desde tiempos de Pío XII, concretamente desde 1953. Todos los accesos a la plaza están vigilados por la Policía y las vallas se multiplican y lo acotan todo. Por las azoteas pululan las siluetas de agentes especiales. Francisco se desplaza en un coche diminuto que rompe los esquemas de quienes hemos crecido con el papamovil de Juan Pablo II, aquel con el que viajó por las calles de Sevilla y Huelva. Nada que ver el vehículo de ahora con el de entonces. El Papa viaja en el asiento del copiloto. Los escoltas se bajan con el vehículo todavía en marcha como en una escena de película. Altos, corpulentos, fornidos y con cara de ningún amigo. El Papa sale del coche sin ayuda, alcanza el asiento que se le reserva en la Plaza de España y comienza una plegaria con música de fondo muy conocida por los españoles: el Himno del Congreso Eucarístico de 1993, Cristo, luz de los pueblos, celebrado en Sevilla y clausurado por el pontífice polaco, y el Rendido a tus plantas, de hondo significado para los devotos de María Auxiliadora.
El Papa llora al recordar a los ucranianos. Entra frío por las calles que conducen a la plaza. Francisco se emociona. Enmudece. Se hace un silencio sobrecogedor. La balconada abarrotada de la Plaza de España rompe a aplaudir. La embajadora de España ante la Santa Sede, Isabel Celáa, contempla todo a pie de plaza acompañada por Antonio Pelayo, con sotana y fajín, el rostro de las crónicas italianas de los telediarios de Antena 3. Francisco se para después con los dos. Charla, sonríe y, de pronto, mira al balcón principal del Palacio de España, desde donde es correspondido con aplausos. “Soy de Mallorca”. “Nosotros de Murcia”. “Yo de Sevilla”. La bandera es del tamaño de un buque de la Armada. Bendice las hermosas rosas blancas que quedan a los pies de la Purísima, un centro de flores portado desde la Embajada, que hace de anfitriona del acto. Francisco mira de nuevo a los españoles que están a pie de calle (con hermosos adoquines) y en los balcones. Saluda a los periodistas como a Eva Fernández.
El edificio de la Embajada está engalanado para la ocasión. Las colgaduras llevan bordados dos mensajes: ‘Fe y razón’, ‘Arte y Poder’. Vino de Rioja con etiquetado especial en el Palacio de España para la efeméride en la que el Papa argentino se emocionó al recordar a las víctimas de la guerra, la tarde en que sonrió al mirar dos veces a la balconada española que nunca falla los ocho de diciembre. 

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