Adolfo Suárez

Suárez y la otra pérdida de la memoria

Alos pocos días del golpe de Tejero, paseando por el corredor llamado la M-30 del Congreso, le pregunté a Suárez cómo tuvo la valentía y la serenidad de enfrentarse a Tejero pistola en mano, sabiendo que lo podía matar allí mismo de un tiro. Me contestó que eso lo tenía asumido desde hacia tiempo y que para gobernar, había que tener, además de cabeza, riñones, pulmones y lo otro. Y que él no podía consentir que un presidente de Gobierno de España quedara humillado por un forajido. Cuando he oído la noticia de su muerte, me ha producido un profundo dolor por la amistad y el cariño que le tengo, pero sobre todo por cuanto le admiro por su valiosa aportación en la reciente historia de España.

Siendo ya presidente de Gobierno, en un mitin, uno le increpó diciéndole: "¿Y para qué nos sirve tu democracia, traidor?". Muy sereno, le respondió: "Pues, por ejemplo, para que usted pueda decirme eso sin que le pase nada". Sí , Suárez fue "el traidor" para cuantos querían perpetuar el Régimen anterior y fue el agazapado golpista de derechas para otros. Yo he visto odio en algunos militares, que preferían, decían, votar a cualquiera menos al traidor de Suárez. Pero nuestro pueblo le dio su respaldo dos veces seguidas en las elecciones generales. Bajo el reinado de Don Juan Carlos, con los mimbres que había y con la UCD y la colaboración de las demás fuerzas políticas, se levantó el nuevo Estado democrático. Quedó el regusto amargo de la desmembración de su partido, asediado por los poderes fácticos que no le perdonaban la reforma fiscal, las leyes liberalizadoras, la transformación ideológica y real de las Fuerzas Armadas...

Cuando recientemente he visto el bodrio que la televisión sacó del 23 de Febrero, como si fuera una americanada de pacotilla, me rebelaba en mi asiento, pensando que cómo se puede tomar a zarzuela aquella tragedia que vivimos los diputados pensando que íbamos a ser fusilados al amanecer. Sobre todo yo, que era presidente de la Comisión de Derechos Humanos, encargada de que en las cárceles no hubiera malos tratos ni siquiera con los etarras. ¡Aquella fanfarronada, último -Dios lo quiera- golpe de Estado militar de la historia de España, tomada a chufla y a contubernio!

He sido testigo de muchas actuaciones de Suárez, de cómo, cual un prestidigitador, ordenaba y encauzaba un partido y un gobierno con tantas tendencias, de cómo sosegaba con astucia y temple otros vientos, de cómo atemperaba en París al melifluo Giscard d'Estaing, o cuadraba al general, jefes y oficiales encrespados en el aeródromo de Jerez. Y jamás le he oído ni visto rencor ni despecho. Su imagen siempre era enérgica y sonriente.

Cuando en aquel tiempo le pedíamos rapidez y premura en desmontar a la gente franquista que ocupaban gobiernos civiles y otras estructuras, decía que poco a poco, que había que dar oportunidad a cuantos quisieran incorporarse al proyecto, teniendo aptitudes y limpieza.

Luego el tiempo, la desdicha, ha hecho que perdiera la memoria, que olvidara todo. Cuentan que salió de su casa en Madrid y no sabía volver y algún jardinero de la urbanización le tuvo que acompañar. Él perdió la memoria. ¡Desdichada enfermedad! Pero otros muchos han perdido también la memoria de aquellos años, de aquella transición, que por primera vez en la cruda historia de España fue incruenta, pacífica y conciliadora. La terrible disyuntiva narrada por tantos pensadores y filósofos sobre las dos Españas, se obvió, se logró que todos se sintieran incardinados en la nueva democracia. ¡Esa sí que es un triste pérdida de memoria!

Adolfo Suárez tuvo el acierto y los redaños para liderar una difícil y problemática transición. Nadie creía en él salvo el Rey Juan Carlos y, entre ambos, fueron capaces de lo que parecía imposible. Tomar camino intermedio entre una revolución o drástica ruptura y una continuación de la dictadura franquista. Mirando con la perspectiva de los mas de treinta y tantos años pasados, no puede uno menos que volver a admirar a aquel hombre, al que hasta los enanos le crecieron. No sólo los militares, que se creían el árbitro de la elegancia y suspiraban como otros tantos en la historia con golpes de Estado que enderezaron la patria, sino también el mundo de las finanzas y de otros poderes. E incluso gente de su propio partido, llevados por presiones externas e internas.

Quiero recordar al hombre sencillo y amable, compañero ¡Siendo él presidente del Gobierno! A la persona afable y cercana a la que nunca se le subieron los galones ni los humos. Al padre de familia, siempre atento con su hija y su mujer Amparo... Le vi en Navarra cuando ella estaba ingresada en una clínica. Le llevé el libro Historias de Cádiz, porque ella tenía interés en escribir algo sobre las Cortes gaditanas. Adolfo me lo agradeció enormemente.

Quiero recordarle en sus últimas campañas con el CDS por Cádiz y muchos pueblos de nuestra provincia, bajado ya del pedestal del Gobierno, mitineando con el mismo empeño e ilusión de años atrás.

Fue un líder. A quien me pregunte qué es un líder, yo respondo: "Por ejemplo, Adolfo Suárez". Para bien de España y para honra de todos los españoles aupados en el proyecto. Hombre de carne y hueso, con todas sus deficiencias de no saber idiomas ni ser número uno de su profesión, pero con un corazón grande y con la valentía de sacar a nuestro país de la dictadura más larga de su Historia, convenciendo y tolerando. Que sus tres banderas fueron la democracia, la libertad y la tolerancia.

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