Salomónica

El escritor de una columna de periódico presupone, gozosamente, que habrá otras columnas de otros y mucho espacio entre ellas

El domingo tuve que escribir mi columna sobre las elecciones catalanas en casa ajena y rodeado por muchos propios. Dos sobrinos –uno por cada lado de la familia– habían celebrado su primera comunión, pero a la vez, para facilitarnos las cosas. Yo estaba fundido de tanto jolgorio redoblado. Pero tenía que escribir el artículo. Hermanos, cuñados, sobrinos y espontáneos se vinieron a ver los resultados a una televisión.

Mi artículo se ceñiría a la idea de “pa habernos matao” al comprobar que Puigdemont, por los pelos, precisamente, no se llevaba el gato al agua de la crisis constitucional, pero mi alegre familia pretendía que hiciese un análisis exhaustivo de la situación en Cataluña y de todas sus repercusiones en España y en Europa. Al estrés de escribir una columna a contrarreloj y sin los resultados definitivos, se unía la misión paralela de explicar a los familiares que más me sobrevaloran que una columna no puede, ni siquiera las mías, abarcar la compleja realidad. Ni debe.

Basta con dar un punto (uno) de vista, e incluso ése no darlo completo, para que el lector lo complemente o siga la proyección o la refute. El columnismo es un trabajo en equipo, y al lector no se le puede dar todo hecho, porque entonces no hay conversación.

Tampoco mis parientes me deberían dar todo hecho, pero ellos lo intentaban. Me decían qué tenía que decir, con todo lujo de detalles y derivadas. Eran cosas interesantísimas, desde luego. Aunque quizá no cabrían ni en seis columnas. Mi padre y otros mucho más responsables se preguntaban cómo podía mandar el artículo antes de tener todos los resultados y de haber oído atentamente lo que Margallo tuviese a bien explicarnos de ellos.

Yo decía que ya decía en el artículo que lo redactaba sin los datos definitivos, aunque ya eran significativos. Mandé lo que pude cuando me vencía el plazo y ahora, a toro pasado, creo que mi texto, sin decir la última palabra, abría conversaciones: Sánchez no se desgasta, la oposición tiene que ser más estricta y más pedagógica y Vox aguanta. En el PP no pueden esperar a que los votantes socialistas se cansen de votar a Sánchez ni deben concentrar todos sus esfuerzos en laminar a Vox. Hay que replantear las estrategias.

Y así mandé la columna. Luego vi los resultados definitivos. Eran malos, pero yo sentía un alivio vergonzante. No tiraban por tierra mi artículo. Uf. Así de salomónico es el corazón del columnista.

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