Toros

Otro error presidencial niega la salida a hombros a Paco Ureña

El  diestro Paco  Ureña  sufre una cogida en la  segunda corrida de Toros de la  Feria de Julio

El diestro Paco Ureña sufre una cogida en la segunda corrida de Toros de la Feria de Julio / EFE

La tozuda e injustificada negativa del presidente a conceder una segunda oreja del sexto toro, respondida con una gran bronca del público, negó a Paco Ureña la posibilidad de irse a hombros de la plaza de Valencia, después de haber salido de la enfermería para cuajar la mejor faena de la tarde.

El torero murciano se la ganó con creces porque cuajó a ese último toro la mejor faena de la tarde y porque además lo hizo tras ser atendido en la enfermería de la tremenda paliza que le propinó el primero de su lote cuando le entraba a matar. Ya ese segundo de la tarde, el del percance, le había hecho Ureña una faena más que estimable, muy asentado sobre la arena, embraguetado y con el compás abierto, para cuajar así con la mano izquierda, por el mejor pitón del toro, algunos naturales de largo y templado trazo, aunque sin llegar a compactarlos. Tras un primer pinchazo, se volcó el de Murcia en el segundo encuentro con la espada, tanto que el toro le prendió con facilidad y, colgándole de la taleguilla por la pernera derecha, le zarandeó violentamente durante largos instantes. Librado por fin de los pitones, aún caminó unos pasos Ureña hasta caer desmayado sobre la arena, aunque llegó a recuperarse para pasar por su propio pie a ver a los médicos.

Más de una hora después, una gran ovación recibió su salida de nuevo al ruedo para matar al sexto, ya que corrió su turno con López Simón en el quinto. Y fue a éste, un dulce y noble castaño al que le faltó solo algo más de celo y brío, al que le hizo la faena más redonda de la tarde, en el que fue un notable y loable esfuerzo físico y moral. Fue una obra a más, tanto en temple como en reunión y entrega del murciano, que el público, muy volcado con su gesto, jaleó con fuerza y para la que pidió con absoluta unanimidad esa segunda oreja que se justificaba aún más con el soberbio y rotundo volapié con el que Ureña tumbó al animal. El presidente debió ser el único que no lo vio así, aunque la bronca que se llevó después quizá le sacara de dudas.

Antes de todo eso, López Simón había paseado una sola oreja de un toro al que debió de cortar las dos. Y esta vez no porque la presidencia le negara el segundo trofeo, sino porque el madrileño no hizo los méritos suficientes para lograrlo ante el que fue el mejor ejemplar, con gran diferencia, de la buena corrida de Luis Algarra. Tuvo Peruano, que así se llamó el toro, medio centenar de embestidas con tanta calidad, nobleza y profundidad que merecieron un toreo de mucha mayor dimensión que la sucesión de medios pases y alardes bullangueros que le aplicó Simón, aún afectado, al parecer, por la cornada sufrida en los Sanfermines. Después, el madrileño se alargó sin mucho sentido con el quinto, que fue el único toro deslucido por su falta de fondo de una corrida en la que Francisco Rivera Ordóñez sorteó un lote perfecto para haber tenido una buena despedida de la plaza de Valencia. El hijo mayor de Paquirri se limitó a hacer con ellos sendos ejercicios de puro oficio, sin sobresaltos ni pasión, manteniendo una prudente distancia de seguridad sobre todo con el cuarto, que se recuperó tan bien de un tremendo golpe contra un burladero que hasta llegó a regalar al veterano diestro un puñado de dóciles embestidas.

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