Toros

Una orejita a Colombo y una zurda de oro de Ángel Jiménez

Una orejita, diminutivo que viene a calificar el escaso peso que tuvo el premio logrado por el venezolano Jesús Enrique Colombo, y la zurda de oro que volvió a exhibir Ángel Sánchez fue lo más destacado de la novillada con la que se rindió tributo al malogrado Iván Fandiño en Las Ventas.

No era el mejor contexto para disfrutar de una tarde de toros. El dolor por el recuerdo de Iván Fandiño lo inundaba todo. Banderas a media asta; y la plaza, un sepulcro en el respetuoso y emocionante minuto de silencio previo a un paseíllo trenzado también en el más absoluto silencio. Auténtico escalofrío.

De ahí que la tarde se convirtiera en un improvisado réquiem por el compañero caído. Los tres brindaron al cielo, y los tres, cada uno en su estilo y dentro de sus posibilidades, cumplieron con una muy interesante novillada.

Y, lo que son las cosas, lo mejor de la función se quedó sin premiar, o, lo que viene a ser lo mismo, la orejita que cortó Colombo del sexto no estuvo a la altura de una tarde en la que el mejor toreo lo firmaron los otros dos actuantes.

Ángel Jiménez dejó retazos de su expresivo toreo en el parteplaza, un utrero noblote, de poquita raza y clase, pero, miren por dónde, sacó calidad por el izquierdo cuando le hacían las cosas con suavidad, sin violentarlo.

El ecijano se entendió más y mejor por ese lado, por donde extrajo muletazos sueltos de categoría dentro de un conjunto al que le faltó redondez, precisamente, al sobrarle en algunos momentos cierta brusquedad en los toques para lograr compactar las series.

En el cuarto volvió a pasar algo similar. El novillo, manso en los primeros tercios, sin embargo, rompió a bueno en la muleta. Y Jiménez, todo entrega, llevó a cabo una labor que no acabó de tomar vuelo hasta el último momento. Abusó el sevillano en el inicio de un toreo demasiado periférico, hasta que, por fin, se ajustó con el utrero en un fin de obra de altos vuelos. Faltó rúbrica con los aceros.

Su homónimo madrileño, Ángel Sánchez, evidenció nuevamente que es uno de los novilleros más prometedores del escalafón, aunque la gente ayer no lo valorara en su justa medida. Su primero fue un novillo encastadito, con más carbón que entrega por el derecho, y más franco por el izquierdo. Sobre los mimbres de la naturalidad y el clasicismo, Sánchez le pegó varias lapas al natural que fueron auténticos carteles de toros por la pureza, la hondura y el sentimiento que hubo en la interpretación. Es verdad que faltó conjuntar las series, pero el sabor que dejó fue extraordinario.

Como también lo hizo en el mansurrón quinto, primer remiendo de El Cortijillo, con el que volvió a rayar a gran altura por lo bien que trató de hacer las cosas en todo momento. Destacó sobremanera una tanda sobre la zurda. Los vuelos al hocico, con mucha suavidad, y conduciendo al animal al ralentí y hasta muy atrás. Cumbre. Pero la gente, otra vez, sin acabar de enterarse.

Colombo puso muchas ganas en su primero, novillo frenado y sin clase, que acabó también parándose. El venezolano anduvo animoso y variado con el capote, atlético en banderillas, y pare de contar, pues con la muleta fue un quiero y no puedo con un animal remiso y desfondado.

El sexto, en cambio, sí que se dejó. Y Colombo, que pegó alguno relajado, gustándose, en cambio, no acabó de cuajarlo por completo por refugiarse en el pico de su muleta.

Hubo actitud y entrega, sí, pero que le sobraron precauciones, también. Lo mejor, la estocada final, tirándose como un león. La oreja que logró se antoja demasiado premio a una labor que no salió de las simples apariencias.

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